«Advertências: Evitar o contacto com os olhos. Utilização por crianças apenas sob a supervisão de um adulto. Manter afastado de fontes de ignição.»
(O português, poesia pura)
«Advertências: Evitar o contacto com os olhos. Utilização por crianças apenas sob a supervisão de um adulto. Manter afastado de fontes de ignição.»
(O português, poesia pura)
Cierta deformación profesional, que no enfermedad mental todavía, pienso yo para tranquilizarme, me habría llevado a tragarme la programación de Nochebuena de Televisión Española. Al final, creo que el tremendo, penoso esfuerzo igual ha valido la pena: confirmación más allá de toda duda de una de las tesis fundamentales de Carlo Cipolla, la de que la fracción de gilipollas (el célebre número épsilon de cretinos) se mantiene constante a lo largo del tiempo en cualquier comunidad humana. Quiere decirse, con independencia de régimen político y época, ya sea franquismo, transición o democracia, los años sesenta, setenta o el siglo XXI. Son igual de numerosos los imbéciles, no importa las veces que se haya reformado el sistema educativo. Y a veces, como aquí, apostaríamos a que son exactamente los mismos, o las mismas familias de merluzos manejando el cotarro.
«67. Jesús de Nazareth amaba a los malos, no a los buenos: el espectáculo de la indignación moral de los buenos hizo que hasta él mismo maldijera. En todas partes en donde se juzgaba, tomaba él partido contra los que juzgan. Quería ser el destructor de la moral.
68. Dijo Jesús al hombre: ‘¡Ama a Dios como yo le amo, como su hijo: qué nos importa la moral a nosotros los Hijos de Dios’. «
(NF-1882, 2 [41])
«Hay que hacerse a la idea de que cuando un pueblo sufre y quiere sufrir de fiebre nerviosa nacional y ambición política—, su espíritu queda cubierto por toda suerte de nubes y perturbaciones, en definitiva, por pequeños ataques de embrutecimiento: por ejemplo, entre los alemanes de hoy, unas veces es la estupidez antifrancesa, otras la antijudía, otras la antipolaca, otras la cristiano-romántica, otras la wagneriana, otras la teutónica, otras la prusiana (…).
Todavía no me he tropezado con ningún alemán que haya simpatizado con los judíos; y por muy incondicional que sea el rechazo del antisemitismo propiamente dicho por parte de todos los hombres prudentes y políticos, lo cierto es que esta prudencia y esta política no se dirigen, pongamos, contra la naturaleza misma del sentimiento, sino solo contra su peligrosa desmesura, particularmente contra la expresión insípida e ignominiosa de este desmedido sentimiento, — no hay que engañarse sobre este punto. Que Alemania tiene en abundancia suficientes judíos, que el estómago alemán, la sangre alemana pasan penurias (…) para acabar siquiera con ese cuanto de ‘judío’ (…). ‘¡No permitir la entrada a nuevos judíos!’ (…)
Pero los judíos son, sin lugar a dudas, la raza más fuerte, más tenaz y más pura que vive ahora en Europa; saben cómo triunfar aun en las peores condiciones (mejor incluso que en condiciones favorables), por medio de determinadas virtudes que hoy gustan de ser tachadas de viciosas, — gracias, sobre todo, a una fe decidida que no necesita avergonzarse frente a las ‘ideas modernas’; ellos cambian, si es que lo hacen, siempre solo a la manera como el Imperio ruso realiza sus conquistas, — como un imperio que tiene tiempo y no es de ayer —: es decir, de acuerdo con el principio ‘¡lo más lento posible!’ Un pensador que cargue sobre su conciencia el futuro de Europa deberá contar, de entre todos los escenarios que se plantee sobre dicho futuro, con los judíos y también con los rusos como aquellos factores más seguros y más probables en el gran juego y lucha de fuerzas. Lo que ahora en Europa se denomina ‘nación’, y que en realidad es más una res facta que nata (incluso a veces se parece, hasta casi confundirse con ella, a una res ficta et picta), es en todo caso algo que está en devenir, joven, fácilmente desplazable, todavía ninguna raza, ni mucho menos algo aere perennius como lo es la raza judía: ¡estas ‘naciones’ deberían guardarse cuidadosamente de toda competencia y hostilidad irascibles! Que los judíos, si quisieran–o si se les obligara a ello, como parecen querer los antisemitas—, podrían tener ahora mismo el predominio, de hecho, literalmente, el dominio sobre Europa, es algo incontestable; que no trabajan ni hacen planes en esa dirección, también. De momento quieren y desean más bien, incluso con cierta importunidad, ser absorbidos y succionados en y por Europa, anhelan por fin ser estables, tolerados, respetados, y fijarle una meta a la vida nómada, al ‘eterno judío’—; y uno debería tener muy en cuenta este tira y afloja (…) e ir a su encuentro: para lo que tal vez sería útil y justo proscribir a los vocingleros antisemitas del país»
Más allá del bien y del mal-251.
No se dirige su «odio» contra Israel, todo lo contrario. En realidad lo admira porque sería el pueblo de la más intensa voluntad de poder, triunfante en las condiciones más adversas. Y admira la época de los Reyes por encima de todo. Pero cuando llegaron a dominar en él los sacerdotes, se las arreglaron para supeditar toda interpretación del acontecimiento al esquema verdaderamente idiota o simplista de «obediencia o desobediencia a Dios». O sea que dió comienzo la metafísica del verdugo que iba a hacerse universal con el cristianismo de Pablo. Y aquí sí que comenzaría ese «odio» al sacerdote.
Según Nietzsche, la «voluntad de Dios», en «hacer la voluntad de Dios», no significa sino «las condiciones de mantenimiento del poder del sacerdote» (AC-26)
En uno de sus apuntes más personales, Wittgenstein nos da razón de la consabida sentencia pascaliana, y es que estar a solas con uno mismo más de dos minutos seguidos sería como encerrarse en una habitación con un tigre. Que venga Freud y lo vea…
«No tengo ningún sentimiento político o social. Sin embargo, en un sentido tengo un alto sentimiento patriótico. Mi patria es la lengua portuguesa. Nada me pesaría que invadiesen o tomasen Portugal si no me incomodaran personalmente. Pero odio con odio verdadero, con el único odio que siento, no a quien escribe mal portugués, no a quien no sabe sintaxis, no a quien escribe con ortografía simplificada, sino la página mal escrita, como persona en sí misma, la sintaxis errada, como gente a quien se golpea, la ortografía sin y griega, como un escupitajo directo que me enoja independientemente de quien lo escupe»
(Livro do desassossego, p. 440. Relógio D’Água Editores 2013).
Me recomendaba mi padre, ante audiencias públicas o en escritos no privados, no tratar de religión ni de política, por lo menos si quería evitar problemas serios con la gente. Ahora caigo en la cuenta de que no se estaba refiriendo con ello solo a una estrategia válida para sobrevivir como escritor en aquellos tiempos de franquismo (y desde luego no solo en ellos). Lo que me estaba comunicando, sin duda, era que religión y política vienen a ser esencialmente lo mismo.
Con su idea crucial de la ciencia gaya, jovial, alegre, Nietzsche parece haber apuntado al centro mismo del pensamiento de Erasmo de Rotterdam, destrozándolo. Ambos genios parecen trabarse en una lucha de gigantes, porque el de Rotterdam es sin duda lo que se puede llamar el cristiano noble, extremadamente culto e inteligente. La vida del deleite y del placer (¿y qué sería de la vida sin ellos?) es para Erasmo la estulticia pura, del mismo modo que el pene y el coño, a diferencia de las partes serias y decentes del cuerpo humano, solo mueven a risa, siendo como son la fuente de toda vida, incluida la de los filósofos y los prelados con toda su sublime seriedad. Cuanto más tonto, más despreocupado y feliz es uno, a imagen de los niños o los viejos. La sensatez nos llevaría por el contrario al desprecio del mundo, a una insoportable incomodidad en él, que nos deja el vigor extenuado. Comprobamos con esto, una vez más, que el testimonio de todos los sabios que en el mundo han sido, los de la escondida senda, fue siempre el mismo: esta vida no vale nada. Hasta que llegó la gaya ciencia, claro, una radical subversión de los valores milenarios.