El de profesor sería un trabajo como otro cualquiera, en principio, pero para el que sin duda se requiere fuerte vocación. No podemos confundir, al profesor o a la profesora, con un misionero. Cuando la vocación profesoral llega a exacerbarse hasta el frenesí pedagógico, del tipo Sócrates, del tipo cura, entonces no es raro ir a parar al paternalismo, la pederastia o el acoso baboso. ¡Imperdonable confusión en lo que a las variedades de lo erótico respecta!
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FORTUNATA Y JACINTA
Guillermina Pacheco, la rata eclesiástica, es capaz de suscitar con su grandeza de alma la admiración y el respeto del lector más anticatólico, llevándole incluso a este a la proeza antes imposible para él de comprender a los católicos, ¡pudiera ser también al colmo de comprender a los católicos españoles! El único problema es que el de la rata eclesiástica es un personaje más bien inverosímil. Y además su heroica lucha tan admirable a lo que aspira es, cómo no, a esa potente anestesia católica de siempre que nos trae la paz pero también la mediocridad y el letargo.
Maximiliano Rubín es todo un enigma filosófico. A este ¿loco de atar? le denomina Galdós, simplemente, «el filósofo», con lo cual estaría casi todo dicho. Con sus delirios místicos la locura se hace indiscutible, contundente, ofensiva, uno no sabe si compadecerse o burlarse de él. Y por otra parte, con su delirio racionalista posterior, averigua y demuestra verdades constantemente sin tener que preguntar a nadie. Una primera hipótesis es que con esta exclusión social de su pensamiento calculador se acompañaría a fin de cuentas lo demencial del hiperracionalismo con el que pretende demostrarse a sí mismo que su cabeza está en orden y funciona como un reloj suizo, no como la de los demás.
Pero el caso es que, en Maxi, delirio místico y delirio racionalista acaban por llegar, por diferentes vías, a la misma verdad incontestable, para él fundamental: que su mujer está encinta del despreciable Juanito Santa Cruz. La enseñanza galdosiana del caso, a mi parecer, es que lo que llamamos locura afectaría tanto al entusiasmado por sus visiones privadas, carentes de lógica conceptual, como al que es consumado maestro en una lógica absoluta de la que están ausentes esas visiones. El pensamiento sensato lo hacen la mezcla de las dos, lógica y arrebato.
JUNG SOBRE EL PÁLIDO CRIMINAL
«No ayuda decir que algo es bueno o malo. Decir que es malo ayudaría menos que nada para lo más importante, a saber: que podemos aceptar lo malo. Como ven, cuando lo aceptamos, hay una oportunidad de que algo pueda cambiar, pero nunca lo aceptamos. Podemos mejorar solo cuando aceptamos lo que es parte de nosotros. Entonces podemos cambiar, no antes»
(El Zaratustra de Nietzsche, p. 487)
JUNG: TERGIVERSAR LA PULSIÓN
«Aquí Nietzsche o Zaratustra preparan nuestras mentes para una importante intuición, a saber: no es ‘yo’ lo que es inteligente. Cuando decimos ‘yo’, queremos decir nuestras mentes y pensamos que todo lo que conocemos de nosotros mismos es conocido. Es un prejuicio muy curioso. Por ejemplo, justo ayer una señora relativamente inteligente estaba en mi consulta–aparentemente ha leído muchos libros–y me hablaba de su extraña neurosis. Dijo: «Y lo más interesante es que mi neurosis no tiene ninguna causa, absolutamente ninguna; no tiene sentido ni razón». Respondí: «Entonces es un regalo del cielo, pues nunca he escuchado hablar de una neurosis sin causa». «Sí», replicó, «debe ser algo así porque en realidad no hay ninguna causa para ella, lo sé todo sobre mí misma» ¡Qué inocua e inocente! ¡Es absolutamente consciente de su psicología! Hay una montaña, pero no la ha visto. Al final de la sesión sabía que algo se había producido en ella que ella no había producido. La ha producido a ella; ha vivido algo que no entendía, que no conocía, y eso la vivió a ella.
Resulta un gran descubrimiento que debajo, o aparte de nuestra psique o nuestra conciencia o nuestra mente, hay otra inteligencia de la que no somos los hacedores y de la que dependemos. Como pueden comprobar, el gran temor de Freud sería que puede haber algo afuera que no es ‘yo’. Afirmar que hay una inteligencia mayor fuera de nuestra mente implica que debemos estar locos. Como Nietzsche. Desgraciadamente para Freud, Nietzsche no era el único que tenía esos pensamientos; era la convicción de miles de años anteriores a Nietzsche que la inteligencia humana no era la última palabra, que incluso su mente era el resultado de algo detrás de la pantalla, que no somos los hacedores, sino que hemos sido hechos. Nuestra mente no es el dios creativo que trae a la existencia un mundo de la nada. Hay una preparación. Hay, antes que la conciencia, un inconsciente del que la conciencia surgió una vez, y que es una inteligencia que seguramente supera nuestra inteligencia de un modo indefinido» (El Zaratustra de Nietzsche, pp. 389-390)
Pero lo que nos hace sería el animal radical, por supuesto que pasado por la sociedad: por el lenguaje y la cultura. Lo que Nietzsche llamaba «una inteligencia más amplia», más inteligente que la nuestra consciente-linguística, no es ningún espíritu brahmánico objetivo ni nada por el estilo. Sino la pulsión funcionando al modo darwiniano. Es ya una costumbre saquear a Nietzsche para utilizarlo en pensamientos completamente ajenos a él, ¿quién no lo ha hecho?
JUNG
«Naturalmente, ninguno insistiría en la fe si estuvieran seguros de su fe»
POR QUÉ MUERE DIOS
Porque los teólogos le ponen un límite: «Dios solo puede ser bueno», y entonces no puede hacer la parte mala, lo que es una terrible limitación. Cualquiera de nosotros sufriría terriblemente si tratara de ser solo bueno. «Como ven, convierten a Dios en un neurótico, pues debe sufrir terriblemente si tampoco puede hacer las cosas malas del mundo, lo que sería hasta tal punto una violación de la idea del dios que este debería evaporarse. Así que es evidente, incluso teológicamente, que han creado un vapor que no puede contener a Dios: algo dinámico y poderoso que nunca se rebajaría tanto para ser solo bueno. Eso quedaría absolutamente excluido»
Entonces el profesor Fierz interviene poniéndole nombre a la otra parte: el diablo, pero los teólogos no se dan cuenta de que es exactamente lo mismo.
A lo que responde el Dr. Jung: «(…) del diablo no hablan tanto. No sería una buena forma. Yo mismo le hice pasar muy malos ratos a mi padre hablando del diablo. Encontraríamos muy poco sobre el diablo en sus libros. Buscan escamotear la realidad de la oscuridad: no saben qué hacer con ella. Perturbaría en exceso su sueño, y son maestros del buen sueño«
(Tomado del Seminario de Jung sobre el Zaratustra, pp. 307-308)
JUNG SOBRE EL ZARATUSTRA
«Deberíamos ponernos en el lugar de un pobre profesor de la universidad de Basilea que decía cosas tan terribles. Después de este libro [el Zaratustra] dijeron que estaba loco. Jakob Burkhardt tuvo escalofríos cuando lo tocó; se retorció de lo horrible que era. Pero no sabían en qué momento se volvería loco. No que hubieran sido capaces de diagnosticar la locura en este libro–ni siquiera los alienistas en esos días lo habrían conseguido–, pero las ideas que expresaba les provocaron una especie de fiebre fría debido a que lo inconsciente comenzaba a removerse en ellos. (…) Por ello, durante las décadas siguientes, si alguien se suicidaba, decían: «Oh, ha leído a Nietzsche. Son las ideas de Nietzsche. No hay duda de que si uno lee libros así, el mundo se irá al infierno». Podíamos escuchar esa clase de cosas en la guerra mundial; la psicología alemana ha sido explicada por Nietzsche. ¡Como si la política alemana se debiera a Nietzsche! Prácticamente ninguno de ellos había leído sus libros. Nietzsche tenía muy mala reputación, no por sus aforismos–nadie con un poco de médisance tendrá algo que decir contra ellos–, sino que tendrá mucho que decir contra Zaratustra. Pues Zaratustra es un libro extraordinariamente decente, mientras que los aforismos son en parte médisance, en parte malevolentes. Todo el mundo citaba algunos aforismos con una risita como una especie de bon mot, como ‘el gran chino de Königsberg’, esto es, Kant. Podemos soportar esas cosas. No perturban nuestro sueño y nos proporcionan una buena digestión»
(C. G. Jung: El Zaratustra de Nietzsche, p. 295)