Soy consciente de que los descontentos de siempre le critican mucho y de muy malos modos a este gran señor, en todo lo que hace y lo que dice, además sin la mínima educación a todos exigible. Pero yo sí que puedo hablar en su favor porque conozco bien ese tipo de rostro, ese ceño fruncido, ese nunca mirar a los ojos, ese estar ausente como pensando en algo mucho más importante que la materia vil de este bajo mundo en el que estamos tan fastidiados. Aparte de que soy amigo de todo el mundo, no en vano puedo presumir de buena educación (pasé 11 años de Franquismo con los curas, total nada).
Jorge Fernández Díaz vive hace mucho tiempo su interior tragedia cristiana de asceta atormentado, la más bella de las tragedias, puesto que pretendería la santidad en este mundo tan traidor, sacrificándose con su trabajo diario en beneficio de todos nosotros sus semejantes (es supernumerario o plenipotenciario del Opus Dei en la Tierra). Y ese camino, el de la santidad, esa senda que ha de recorrer el voluntario y autoimpuesto abstenerse del rijo o “afecto viril”, así lo llamaba Nietzsche queriendo desconocer en esto a las mujeres (el rijo, sexo y agresión, como quien dice el Mundo y la Carne), es una senda durísima, y no digamos ya si uno es Ministro del Interior del Gobierno de España con los tiempos que corren.
Por eso lo que pedimos ante todo es respeto, muchísimo respeto para nuestro Ministro. El otro día le pusieron 600 euros de multa a un gañán por faltar al respeto a las instituciones del Estado (parece ser que les dijo “escaqueados” a dos policías, a saber lo que con esta palabra inmunda pretendió insinuar). El respeto es esencial entre gentes que han decidido vivir juntas en un Estado de Derecho. Yo aprendí mucho respeto durante del poco Franquismo que viví (me refiero al Franquismo literal y no al de ahora). Y por eso cuando me encuentro con algún policía todavía inclino la testuz en señal de reverencia, lo debo llevar en la sangre, no vaya a ser el demonio de quedarme sin 600 euros.
Jorge Fernández Díaz se encomienda ahora a Santa Teresa de Jesús como intercesora de España. Con lo que se podría pensar, dando la razón a los pijoprogres, como los llama la voz de su amo, que el Ministro busca hacer cómplice a la pobre Teresa de Ávila de la Ley Mordaza. Ya los franquistas literales nos hablaban del brazo incorrupto aquel cuando silenciaban lo de las cunetas. Yo me imagino que los del Opus están convencidos de que lo que hacen ellos mismos, sobre todo cuando lo hacen en plan grande, plenipotenciario, en realidad lo haría Dios, es la obra de Dios. Con lo que lógicamente no tendrían que dar cuentas a nadie humano (recuerdo lo de “caudillo de España…” de las pesetas). Así que con la Ley Mordaza es la voluntad de Santa Teresita del Niñito Jesusito la que respaldaría el reparto de hostias a diestro y siniestro (nunca mejor dicho entonces lo de las hostias, aunque suelen ser hostias a siniestro más que a diestro). Pero esto es pensar mal, o sea, faltando al respeto, y se me puede caer el pelo. Faltar al respeto significa para esta gente decir lo que uno piensa. Y no quiero engañar a nadie, lo que he dicho lo he dicho a título meramente especulativo, esto es, con el fin de refutarlo enseguida, como hacían los medievales cuando empezaban el ejercicio con lo del “dice el insensato que Dios no existe”. En realidad, Santa Teresa de Jesús lo que le pide al Padre Celestial es que no tenga en cuenta la corrupción, la explotación laboral, el saqueo de los usureros de toda laya, la mentira, el robo, la expulsión de los jóvenes, la pobreza, la desigualdad, la brutalidad. O sea, intercede por España. A ver si se la escucha, como quiere Jorge Fernández Díaz. Que Dios no lo tenga en cuenta pero nosotros sí.