Archivo por meses: enero 2016

Monjas

De los cuatro a los seis años he de confesar que iba a diario a un colegio de monjas, más que nada porque «estudiaba» allí. De vez en cuando nos subían las hermanas al piso superior de la pedagógica institución para enseñarnos con orgullo la fila procesional de las niñas, como si fueran ángeles, nos decían, llevando todas el dedo índice sobre la boca bien cerrada. Era que las educaban en la virtud femenina del silencio sepulcral, mientras que a nosotros nos daban ya de entrada como propiedad del diablo, a lo mejor previendo la preadolescencia.
Por supuesto que estaban completamente locas todas ellas, era como si no existiesen, la virtud de la humildad: un vacío, estaban en otra cosa, y en eso pienso con tristeza cuando las feministas exclaman al pensarlo ¡pobres mujeres aquellas! Pero además de su extremo servilismo con la madre superiora, la virtud de la obediencia, recuerdo también detalles acreditativos de los refinamientos a los que podían llegar en su estremecedora crueldad con lo nimio y cotidiano. Sobre todo la madre superiora.

La familia Trillo

Me cuentan que Trillo el señorón del Prestige tiene un hermano, lógicamente un otro Trillo, que ha escrito un libro vinculando a Derrida con Podemos (deconstrucción, destrucción). En el que se denunciaría que con Podemos ya no se trata de adversarios políticos unidos por la condición trascendental de la españolidad sino de enemigos poseídos por el afán de venganza y movidos por el puro odio. Pero a mi parecer la venganza es algo muy humano o demasiado humano, sobre todo servida fría sin meterse uno en lo penal, y el odio no hay duda de que puede estar justificado racionalmente como emoción, y no solo en backward looking terms sino sobre todo en forward looking terms. Qué más quisiera la gente de la cuerda de los Trillo el borrón y cuenta nueva, el pelillos a la mar, el aquí no ha pasado nada, irse de rositas, el vamos a colaborar mirando solo al futuro por el bien de España, porque todos somos iguales en tanto españoles.

Puro espíritu de la transición que se quiere renovado, otra vez pactar con los franquistas. En el fondo una vergüenza, esta vez sin ruidos de sable ni tampoco apretando a muerte la necesidad. Y es que hay pactos que lo convierten a uno automáticamente en golfo, en ladrón, y que solo se pueden mantener a base de mentiras, como les ocurre a tantos «pesos pesados» socialistas.

 

 

Guerreros

Hominis vita supra terram militia est, toda paz es como las vacaciones, tarde o temprano se acaba. Por otra parte, ya se sabe que la sabiduría es como la mujer, ama únicamente al guerrero. Así que igual no es tan mala la cosa.

Poder no querer

Constata Nietzsche en el comienzo del tercer tratado de La Genealogía de la moral lo que él denomina «hecho fundamental de la voluntad humana»: el horror vacui. Esto es, todos preferiríamos querer la nada a no querer (la misma sentencia con la que se cerrará esta obra abismal).

Pero justamente lo que consigue el yogui es establecerse en ese vacío para vivir en él, llegando a superar el horror natural, es decir, habiéndose hecho capaz de no querer, y encontrando al final en ese no querer la dicha suprema. El horror al vacío no sería más que la presión biológica de la selección natural, así lo entiende Hulin, o bien la tremenda carga de la cultura moderna, presión y carga de las que resultaría una auténtica fiesta liberarse, aunque solo sea de cuando en cuando.

Es lo que le pasaba a fin de cuentas al príncipe Myshkin, el célebre idiota de Dostoyevski que no por casualidad le habría servido al mismo Nietzsche para trazar el perfil psicológico del salvador. El príncipe de la novela, propiamente, en concreto, como querer no quería nada de nada. Igual que otro idiota famoso, el que pintara Velázquez y comentara maravillosamente María Zambrano.

Cuestión de cara

Tienen la familia Pujol la típica cara de nacionalista (catalán) que sale muy listo. La de Mas es la del que sale listillo. El nuevo presidente tiene la típica cara del que sale memo (a lo que se añade que se sopla el flequillo).
Da la impresión de que él sí se lo cree.