SEGUNDA SESIÓN DE LECTURA DE AURORA. SNC-CÁTEDRA NIETZSCHE EN EL ATENEO DE MADRID (ONLINE). 28 de octubre de 2020, 19-21 h.
-SEGUNDA SESIÓN: Carlos Sancho Vich: Incursiones de un Matadragones (Comentario al Libro I).
COMENTARIO:
Nietzsche acierta al descubrir que la manera más efectiva de cuestionar la moral, o incluso de deshacernos de la moral (la moral cristiana en su pretensión universalista, porque hoy podemos ser ateos, pero nuestra moral sigue siendo la cristiana), o de invertirla (esto es el comienzo de la transvaloración), no sería en absoluto la de entrar en la argumentación y en el debate señalando ciertas incoherencias o sinsentidos de los dogmas de fe de esa religión (básicamente, se me ocurre a mí, que son incomprensibles; y que, por lo tanto, cuando decimos que creemos en realidad no creemos en nada o no sabemos en qué creemos: en suma, que no creemos). Sino que el nuevo ateísmo (?) hará mucho mejor, para lograr sus objetivos, en usar el método genealógico. En efecto, se trata en este primer libro de situarnos en los orígenes del cristianismo: Pablo de Tarso es el primer cristiano, desvinculado de la importante figura de Jesús de Nazareth, ese Pablo que va a fundar un movimiento de masas esencialmente político cuyas creencias medulares nada tendrían que ver con el mensaje de Jesús. Si no fuera por el talento y la astucia de Pablo todo el mensaje de la vida de Jesús no habría pasado de ser un insignificante suceso local de una pequeña secta, en medio del gigantesco Imperio Romano. Pero Pablo supo aprovechar maravillosamente las necesidades sentimentales populares, ya presentes en los cultos mistéricos del Mundo Antiguo. Y sobre todo, supo aprovechar la ridícula idea, para Nietzsche, de la inmortalidad personal, ajena por completo a Jesús, pero especialmente el miedo a las penas del infierno concebidas por supuesto como castigo (“metafísica del verdugo”). Para lograr con este disparate la sumisión y la obediencia de la amplia capa de la población de más bajo nivel social, los desheredados del mundo romano. Porque los únicos capaces de liberar al pueblo cristiano del sufrimiento y del miedo en el que viven, por razones diversas (y Nietzsche apunta a las dolencias del sistema nervioso, apunta a lo psiquiátrico, sufrimientos interpretados absurdamente como pecado), eran los sacerdotes de la nueva fe, solo ellos tenían el poder de atar y desatar. Lo cual se convierte en un mecanismo de poder realmente imbatible, que tiene como consecuencia la conversión del mundo terrenal en un auténtico valle de lágrimas, a fuerza de contemplarlo como un valle de lágrimas. Puso Pablo el listón tan alto para salvarnos del sucio mundo del pecado, y para librarnos de las penas del infierno, que la conclusión fue la incapacidad humana de lograrlo a no ser por la gracia de Cristo. Una gracia que por supuesto administraban los sacerdotes. Y este sería el origen, el nacimiento propiamente dicho del cristianismo (Jesús no era cristiano).
A mi juicio, Nietzsche nos muestra ya, en este primer libro, su objetivo de hacer que el lector se enajene del Evangelio, es decir, que consiga ver el cristianismo como algo ajeno, radicalmente extraño a él, incluso, extremadamente raro e inopinado. Nos saca el filósofo del humus de la moral cristiana, en el que todos nosotros habríamos sido socializados, para que podamos percibir que el cristianismo es antinatural hasta lo inverosímil. Aunque él solo atienda de pasada a lo más extraño que yo, personalmente, encuentro en esa doctrina: que un Dios padre manda a un Dios su hijo para que los hombres lo humillen, lo torturen salvajemente, y lo acaben asesinando de una muerte infamante; y, sobre todo, que por esta pasión de Cristo todos los seres humanos que crean en él han sido ya perdonados, se han salvado del pecado o de la muerte. Tras milenios de teología cristiana, yo no diría filosofía, se podría preguntar hoy si aquí hay alguien que de verdad comprenda esto. Yo desde luego que no, por mucho que lo he intentado. Hace falta que una educación sistemática nos haya acostumbrado a tomar por obvio lo incomprensible. Pero a fuerza de repetirlas, las creencias no se hacen comprensibles, aunque sí nos adhiramos a ellas por la fe. En fin, ya dijo Pablo el fundador que Cristo había venido para confundir a los sabios y para entenderse con los necios, y habló incluso de la locura de la cruz. Es lo que se está diciendo aquí, básicamente: Nietzsche le toma la palabra a Pablo.
Por lo demás, en este inicial esbozo de la genealogía de la moral (cristiana) se señalarían importantes valoraciones cristianas que a juicio del filósofo se fueron añadiendo de un modo, esta vez sí, genealógicamente coherente. Por ejemplo, el característico desprecio del mundo que se traduce necesariamente en descuido de lo corporal, al colocar el supremo valor en la pura espiritualidad (contra el mundo, el demonio y la carne). Algo así como odio a sí mismo, auto-odio. O que también se traduciría en la importancia desmedida, obsesiva, que se da a la relación sexual, un énfasis cristiano en las cosas del sexo que rayaría en lo delirante y ridículo, y que habría inundado toda la cultura occidental, pero que en el fondo es visto por Nietzsche como un dispositivo de poder. Sencillamente: puesto que todos vamos a tener que luchar constantemente, a lo largo de toda nuestra vida, contra el deseo sexual, que es al fin y al cabo invencible, a no ser cuando nos incineren, como observó una vez Javier Sádaba, nos vamos a sentir siempre inevitablemente corrompidos, impotentes, desgraciados, sedientos de la gracia que viene de fuera, o sea, de la intercesión salvífica del sacerdote. El cristianismo inventa torturas psicológicas que se resumirán por supuesto en el sentimiento de culpabilidad injustificable, y en el rencor hacia la vida. De ahí la afirmación, posterior a este libro pero en línea con él, de que es una religión que triunfa al precio de ponernos enfermos. Como alguien dijo del psicoanálisis, nos pone enfermos para luego curarnos, pero en el caso del cristianismo nos curamos “a condición de que”, o sea, siempre y cuando nos sometamos al sacerdote….
En suma, se trata de ver el cristianismo como una formación religiosa cultural y epocal, una como todas, una entre muchísimas otras. Y dejar de verlo como la moral absoluta y definitiva, universal, válida para todos los humanos. No habría nada natural en él: no es cierto aquello de que anima naturaliter christiana.
Mariano Rodríguez González (27 de Octubre de 2020)