Con Nietzsche pasa esto a menudo. Por ejemplo, atacando al «populacho educado» de los románticos que buscan ante todo sublimidad, elevación del sentimiento y pechos hinchados, subraya en una ocasión («Nietzsche contra Wagner», epílogo 2) que «nosotros los convalecientes» necesitamos por el contrario una clase de arte muy diferente, un arte solo para artistas. Es decir, un arte ligero y burlón que ha renunciado al mal gusto de querer la verdad a cualquier precio, como los fanáticos, pues tenemos la suficiente experiencia de la vida como para saber que la verdad ya no sigue siendo verdad si se le retiran los velos. Bueno, pues en este punto, el filósofo hace como de pasada la observación siguiente: «tout comprende– c’est tout mépriser». Comprenderlo todo es despreciarlo todo: esta frase se impone como un resplandor absolutamente incuestionable. Y a nosotros, cuando la leemos, se nos abre de repente otra ventana mental con el nombre de otro grande, Spinoza. Con su observación, Nietzsche ha refutado de un solo golpe, inapelablemente y sin pretenderlo en realidad, todo el pensamiento de Spinoza. El que había creído en una época su antecesor…
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LA SEMANA SANTA
El plan de Dios: que los humanos fueran salvados por el amor infinito de su Hijo, que fueran salvados de la muerte o del pecado (original). Para efectuar semejante salvación, este rescate verdaderamente morrocotudo, Dios-Hijo habría de entregarse Él mismo, al modo suicida, a los humanos criminales para ser torturado y asesinado de una muerte infamante y terrible.
[Si nos queremos explicar tan bizarro relato solo habría una manera: rescatar divinamente a la Humanidad, por amor, de su culpa o deuda contraída por el pecado no significa sino pagar lo que la Humanidad «debe». O sea, asumir en la propia carne divina el terrible castigo que merece el pecado del humano. La tortura y la muerte, la sangre, el dolor y el sufrimiento de la Pasión de Cristo, todo eso no sería más que moneda de cambio de la vida eterna: Contabilidad de verdugo, Metafísica de Verdugo; ya lo dijo San Pablo, la Locura de la Cruz]. (Lo que todavía no sé bien es por qué se metieron en todo este delirante tinglado los «sabios según el mundo», involucrando en el lío judeocristiano nada menos que a Platón y a Aristóteles. Tenían que haber seguido la distinción paulina).
DARWINÓFOBOS
La fobia a Darwin, es decir, la fobia a lo real
LO EPISTÉMICO, OJO
Para que luego digan que no progresamos en el terreno del pensamiento!! Fíjense ustedes en las maravillas ocurridas cuando a una serie de términos morales y con connotación afectiva (los que gustan), como «injusticia», «agencia», «daño», «vulnerabilidad», se les coloca a todos el prestigioso adjetivo «epistémica».
«EL PUEBLO»
Resulta innegable que desde hace mucho tiempo guardamos con esa misteriosa entidad que llaman «el pueblo» exactamente la misma actitud que los creyentes fanáticos tenían para con «Dios». (Llegan a causar hilaridad las piruetas doctrinales de la gente para dar cuenta del «mal» que «en apariencia» obraría el pueblo, por ejemplo cuando vota a fascistas). Pero como Dios en absoluto existe, a esta sombra suya que es el pueblo no le quedará más futuro que una nueva y dolorosa decepción de todos los crédulos que siguen amargándonos la vida.
DISCRIMINAR
Al que te «llama la atención», qué derecho le asiste? (muchos tienen derecho a hacerlo, sin duda, pero muchos otros no, en absoluto).
EL EGOÍSMO
El individuo soberano no sería sino el que se ha erigido en dueño y señor de su propia atención. El que lleva el foco de la conciencia, y allí lo mantiene, más o menos adonde le dicta su determinación autónoma. Lo que presupone defenderse de la constante intromisión del acontecimiento, de toda «otredad», y al cabo asimilarla. En suma, el individuo soberano como relativo señor del tiempo o constructor del tiempo, aquel que es capaz de una acusada «autonomía mental», para emplear el concepto que a Metzinger le evoca a Kant: haber salido de una minoría de edad hoy más culpable que nunca. Pero la vida que llevamos todos, hoy, obstaculiza muy poderosamente esta autonomía. Es la nuestra una sociedad de la estupidez, como se revela en la política, la moral, la economía, los mass media… Nadie duda ya en absoluto de que el «egoísmo» sea el mal. (Como si el verdadero egoísmo, el saludable, fuese todavía posible).