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Envejecer

Llega un momento en que todo está tan claro que es un auténtico asco, porque ya ni se puede contar con el placer de internarse en el misterio. No habría ningún misterio, y eso es lo peor. (O lo mejor, eso no está claro).

¿Y ahora qué hacemos?

Yo me crié relativamente feliz, más o menos reconciliado con el mundo en torno desde pequeñito, porque era de la convicción de que los tontos, necios, estúpidos o idiotas cumplían su función en el todo, igual que la laboriosa hormiguita, o la sufrida mariquita «que también es de Dios». El necio existía para que nos riéramos de él, qué función más indispensable en este valle de lágrimas que la del hazmerreír. Así de paso, en el colmo de la sabiduría, uno de vez en cuando se podía reír hasta de sí mismo.

Pero ahora me da pavor pensar, y se me quitan las ganas de reír al pensar, que los necios y los estúpidos han llegado a mandar, que muchedumbres les votan por mayoría o casi, en todas partes, y que como la cosa siga así dentro de poco nos dominarán absolutamente. Entonces, como cuando los nazis mandaban (lo cuenta Wittgenstein), nadie será capaz de reírse de cosa alguna, y muchos hasta pensarán que es mejor morirse que estar a las órdenes de los necios.

Y peor aún pensar que casi todos piensan que si a un necio le vota la mayoría entonces el necio es un sabio o por lo menos tiene razón, y que entonces los necios son los que no le han votado. Lo peor pensar que son cosas de la democracia, o que pudieran ser, porque es muy preocupante que los estúpidos puedan llegar a ser la mayoría absoluta de la población.

Se puede creer solo a costa de la veracidad

«¡Ah!, para que yo aprenda a creer en vuestra ‘veracidad’, para eso tendríais primero que destrozarme vuestra voluntad veneradora.

Veraz–así llamo yo al que penetra en desiertos sin dios y ha destrozado su corazón venerador»

(Zaratustra, «De los sabios famosos»)

El momento más elevado de la Humanidad, el que nos trajo todas las esperanzas de futuro, fue aquel en que se libró por fin de Dios y de todos los dioses. Nos hacemos cargo de nosotros mismos.

Cristofascismo

Vuelven a atemorizarnos todos esos que se dicen a sí mismos que vienen del pueblo, y que es del pueblo también de donde viene la voz de Dios, nada menos. Pero es un hecho indudable que Dios ha muerto ya hace tiempo, y por eso seguramente nos vuelva a amenazar la violencia desesperada del integrismo católico, y la extremada agresividad de la necedad evangélica que ya manda en algunos países. La herencia del Dios difunto no es hoy sino el nacional-populismo de los fanáticos que ya se animan a encender hogueras para quemar a herejes y descreídos de Dios y patria.

Pero no saben lo cómicos, lo patéticos que resultan todos ellos, en gestos, palabras y amenazas, con su solemnidad de naftalina tanto más ridícula cuanto más conscientes son de que esa fe que imploran y que imponen ha dejado de ser posible para nadie. En el fondo causarían un efecto deprimente si no fuera porque es incompatible con el miedo que dan cuando les vemos las pistolas.