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Jorge Fernández Díaz (2)

Cambiando levemente el matiz, estoy de acuerdo con el ínclito Jorge Fernández Díaz cuando sugiere que el nacionalismo es casi «un pecado». Yo diría más bien una estupidez  (porque eso viene a ser el pecado y no otra cosa). Pecado de narcisismo  colectivizado (¡viva nosotros!, como dirían los niños en la guardería). Eso sin hablar de las masacres que en nombre de la nación se han perpetrado y se perpetrarán, incluso mayores que las llevadas a cabo en nombre de Dios. Claro que ellos, los nacionalistas, hablarán mejor de «patriotismo», porque en que esto sea una virtud se esperarán una práctica unanimidad. Pero la diferencia entre un patriota y un nacionalista es muy poco nítida, depende tal vez solo de la situación en que nos encontremos. Y de todas maneras, ya se decía aquello de «un patriota, un idiota». Claro que ellos, los patriotas, nos acusarán de alta traición, de desentendernos de la suerte de nuestros conciudadanos. A lo que responderemos con lo que escribió Husserl: ser filósofo es ser funcionario de la humanidad. Regar solo la propia huerta, eso lo hace hasta un alcalde del partido del señor ministro.

El filósofo, idealmente el menos estúpido de los humanos, la contrafigura del hooligan («yo soy español, español, español»). Por eso levanta tanta inquina y desprecio de los estúpidos.

Los Dioses

Los grandes banqueros y empresarios españoles, esa sufrida saga que ha generado aristócratas espirituales de la talla de los Díaz Ferrán, Rato, Ruiz Mateos, etc., como tienen gente a su servicio que les lleva con sigilo lo del blanqueo y lo del negro (ellos es verdad que son muy grises), entretienen ahora su tiempo evaluando a nuestra Universidad Pública (a las privadas de curitas no, esas ya se sabe que están más allá del bien y del mal). Pero el gran financiero se entretiene solo si al hacerlo gana más dinero. Su argumento para poner la Universidad Pública a su servicio, dedicándola en exclusiva a formar a sus trabajadores, parece en verdad contundente, inapelable: todo lo que no sea rentable tiene que salir del bolsillo del contribuyente. De este modo hacen su ranking: una universidad triunfante, por definición, es aquella cuyos egresados encuentran trabajo en sus empresas…, la que les arregla el tema de los recursos humanos
Y la voz de locutora robotizada de TVE, una que no envejece, nos añade por si todo esto fuera poco que las nuevas empresas pujantes, los nuevos bancos de la patria, no quieren hoy tanto al empleado potente en cuanto a sus destrezas y preparación técnica, sino al empleado de valores éticos, al empleado comprometido. Dicho en plata, las grandes empresas aspiran a tomar posesión de nuestras almas (de la poca alma que nos han dejado). Obediencia, sumisión, cero conflictos, y si es posible amar al empresario como a ti mismo.

Los capataces

Las devastadoras políticas neoliberales no habrían podido imponerse con tanta facilidad si no hubiese sido por la solícita colaboración y la sistemática traición sibilina de ciertos rufianes procedentes de la izquierda, siempre en venta y muy astutos, que se han acabado especializando en ejercer de capataces.
Me vienen de pronto a la cabeza cinco o seis nombres, pero en todo caso hay muchos más, cuyo denominador común es el estar magníficamente instalados, en primer lugar, y en segundo haber llegado a esa edad de la vida en que uno se llega a imaginar, delirando, que la única codicia que vale la pena, porque es la única con posibilidades reales de satisfacerse aquí y ahora, es la codicia de dinero. Todas las demás les han quedado ya muy lejos, entre ellas la de hacer algo que valiera realmente la pena en su teatral y despreciable existencia.
Pero ya desde jóvenes había algo en ellos de mercachifles, de charlatanes de feria con corbata, de trileros del Rastro, de ahí su infalible instinto en la mediación y el apaño. Son los profesionales de la mentira, íntimamente emparentados con políticos corruptos y curas descreídos.