Archivo por meses: septiembre 2019

ÜBERMENSCH

Significa, simplemente, instalarse más allá y por encima de la lógica universal del intercambio: deshacerse regalando es el supremo poder.

«Donde acaba tu soledad empieza el mercado». Y la moral es la apoteosis del mercado, del intercambio, de las equivalencias de precios: la culpa es originariamente y en esencia la deuda, ya se sabe. Lo que se debe, el deber. Y la venganza y su ansia es la exasperación del comerciante que todavía no se ha cobrado lo que por contrato le corresponde, el contrato con Dios que es el contrato con los hombres; igual que la envidia y la igualdad a toda costa no son, desde esta perspectiva, sino la autocomplaciente exigencia de saldar cuentas de una vez por todas (exigencia de «justicia»). «Der Mensch», en definitiva: el animal que calcula equivalencias, que ajusta precios, pero el hombre es algo que tiene que ser superado.

UMWERTUNG

La nula lucidez constitutiva de nuestro tiempo, la estulticia del que se siente a gusto sólo en el rebaño, nunca podrá ver que si hay algo que sea bueno no es sino porque hay mal, y que si algo es bello es porque hay fealdad, y si algo sublime porque hay estupidez y vileza. De manera que, si pretendiéramos eliminar completamente a los malvados, los ontológicamente feos y los tontos, nos lo cargaríamos todo, nos hundiremos en la nada absoluta, destruimos la vida humana en su raíz. (Se trata del miope y fatal prejuicio cristiano, evidentemente, por mucho San Agustín que se esgrima con su problema del mal, y por mucho que nos impresione la potencia colosal de Leibniz). La única opción que nos queda a nosotros es sortear el horror como mejor podamos, y acertar a manejarlo, superar mal que bien el asco, incluso jugar con él, porque todo moralismo, fanático como es, mata más que fumar.

Como dijera el sabio castizo, si prescindimos de la parte maldita, entonces «apaga y vámonos», de eso no hay la menor duda. Ahora bien, la parte maldita como tal, sin penitencia, sin redención. Dependemos del mal para ser buenos, pero del mal como tal, sin la delirante pretensión de que sólo será admitido en el recinto de lo respetable si se transforma en bien, si se purifica.

FELICIDAD DE LA VIDA

«Feliz el que no exige de la vida más de lo que ella espontáneamente le da, guiándose por el instinto de los gatos, que buscan el sol cuando hay sol y, cuando no hay sol, el calor donde quiera que esté. Feliz el que abdica de su personalidad por la imaginación, y se deleita en la contemplación de las vidas ajenas, viviendo no todas las impresiones sino el espectáculo externo de todas las impresiones ajenas. Feliz, por fin, aquel que abdica de todo, y al que, porque abdicó de todo, nada le puede ser arrebatado ni disminuido.

El campesino, el lector de novelas, el puro asceta–estos tres son los felices de la vida, porque son estos tres los que abdican de la personalidad–el uno porque vive del instinto, que es impersonal, el otro porque vive de la imaginación, que es olvido, el tercero porque no vive, y, no habiendo muerto, duerme»

Fernando Pessoa-Bernardo Soares, Livro do desassossego

IRIS MURDOCH

En la primera novela de esta genial filósofa escritora el protagonista acostumbra a ir a charlar y tomar té con una señora que regenta un inverosímil negocio de venta de libros y periódicos viejos en el que nadie entra, fumando sin parar cigarrillos que va encendiendo cada uno de ellos con la colilla del anterior, y rodeada de una multitud de gatas que paren sin parar y se orinan por todas partes, encima de los libros y los periódicos.

Un día el protagonista entra en la tienda especialmente deprimido, y la señora le pregunta: «¿de qué se trata esta vez, de dinero, de sexo o de gente?» «¿Cómo?», responde él. Y entonces ella sentencia: «sí, los tres infiernos de la vida humana, el dinero, el sexo y la gente».

EL PRAGMATISMO

En La voluntad de creer, William James sostiene que la satisfacción del creyente cuenta como evidencia de la verdad de su creencia.

Con esta mayúscula ingenuidad, el pensador americano está definiéndonos, exactamente, en qué consiste la muerte de Dios. Contra el pragmatismo habría que recordar aquello de Freud, la gente no quiere la verdad sino el consuelo. Pero hay algunos que son tan cándidos o tan astutos como para asegurarnos que el consuelo sería justamente la verdad, que la verdad no es otra cosa que el consuelo, transitando del modo más vergonzoso desde el instrumentalismo en filosofía de la ciencia, que por supuesto se puede defender, a las cuestiones éticas de la vida humana, donde de lo que se trata es de todo lo contrario si somos honrados: de huir del autoengaño y la represión. Una vez más pienso en el loco nazi que iba por ahí diciendo que «verdadero es lo que me gusta» (una expresión que a mi juicio condensa la esencia de la neurosis).