«Pero en el bien entendido de que es esa aprobación de lo negativo de todas las oposiciones lo que constituye propiamente la posibilidad de reconducirlas a la unidad de la que han brotado. En definitiva, a lo que llegamos es a que bendecir “lo malo” es el modo dionisíaco de conducirlo a su unidad con “lo bueno”. La lógica dionisíaca es la lógica de lo peor o de la crueldad (Rosset 1994, 2013), o sea, una lógica de la múltiple o de la pura afirmación (Deleuze 1971, p. 30), en la que nos hemos situado más allá del bien y del mal en una ética de la alegría (Ibid.). «Para una tarea dionisíaca, la dureza del martillo, el goce mismo de la destrucción forman parte de los requisitos previos de una manera decisiva. El imperativo: “¡Endureceos!”, la más honda certeza de que todos los creadores son duros, es el verdadero distintivo de una naturaleza dionisíaca. –» (EH-Zaratustra-8, p. 842).»
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