Archivo por meses: octubre 2015

Los pesados

Cuando consigues quitarte de encima a un pesado es como si llegara la primavera. La vida rebrota, todo vuelve a nacer, eres mucho más joven, pesas mucho menos, sin duda has ganado en ligereza. Pero lo malo de quitarte de encima a un pesado es que nunca podrás estar seguro de que no retorne el día menos pensado y te hunda otra vez en el invierno.

Aunque es de importancia vital, cuesta trabajo seguir la regla de oro, esta vez en relación con los pesados, esa que enunciara Maquiavelo: ser no-bueno cuando haga falta.

Alquimistas

No existe una condición o una naturaleza como esa que pretende la ideología del canalla simplón (el simplismo constitutivo del canalla sale ganando mucho alivio con ello). Y es que no hay, no existen «los fracasados» en ningún lado. Por la sencilla razón de que mientras uno siga vivo todo fracaso sería reciclable en éxito.
Convertimos la mierda en oro, eso lo hacemos siempre, la especie humana es experta en esa tarea.
Y no es solo que en cada fracaso duerma un éxito preparado para despertar, es que incluso, si lo pensamos bien, habría que decir que todo fracaso tiene un aspecto en el que es un éxito.

Segovia viva Segovia

Justo en la medida en que el nacionalismo catalán significa una reacción en contra del nacionalismo español, pero sólo en esa medida, es el nacionalismo catalán comprensible y entonces justificable, igual que los otros nacionalismos reactivos. Pero al mismo tiempo, como ocurre que el nacionalismo español es ridículo e insoportable (pero nos recordaba Rafael Sánchez Ferlosio que odiar los toros y a la Virgen del Pilar no significa odiar a España), el catalán que dependería en el fondo de él también es ridículo e insoportable.

Se puede distinguir entre ser nacionalista y ser patriota, estipulando que solo el primero llevaría el narcisismo a su dimensión colectiva, y por eso solo el primero resulta absurdo, penoso y peligroso. (Lo mejor del mundo es ser de Aquí, el sentido de la vida es luchar por los de Aquí, y da la casualidad de que yo soy de Aquí; pero como decía Brassens todos los idiotas son de algún sitio). La Virgen del Pilar y la de Montserrat son el fruto del mismo delirio narcisista,porque les ocurre que ninguna de las dos quieren ser «francesa», de otro sitio. Y por supuesto que la exaltación nacionalista tiene mucho que ver con la del fanatismo religioso.

El alma en cierto modo todas las cosas

A veces, hoy mismo, casi me llego a convencer de que hay pensamientos que nos ensucian y acaban estragándonos el estómago, como si dijésemos: justo aquellos que se dirigen a un contenido sucio o disparatado o imbécil.
Y que entonces lo más higiénico es la dura disciplina del que controla el asunto de sus pensamientos, disciplina que estaría al alcance de algunos, por mucho que nos pueda parecer increíble.
Cuando la agresión nos llega de fuera es cierto que devolver el golpe alivia porque parece que nos reinstala en el equilibrio temporalmente perdido. «¡Ninguna agresión sin respuesta!» puede pasar con facilidad por el lema de la salud mental misma
Pero en ocasiones estamos en un nivel superior cuando nos hacemos indiferentes a la agresión, por ejemplo comprendiéndola de modo que la tornemos a nuestros ojos mucho menos agresiva de lo que parecía. Un nivel en el que no habría llegado tanta porquería ni estruendo de un combate sin verdadera importancia.

Somos imbéciles

El ministro del gobierno de España, Jorge Fernández Díaz, está que se muere de gusto, que se le hace el culo pesicola, cada vez que habla de la jerarquía de la Iglesia Católica (fuera de la cual no hay salvación). El obispo Cañizares por ejemplo es puro, sabio, misericordioso, lleno de carismas, ungido, santo, y si le oímos decir todas las cosas sucias y bobas que le oímos decir es culpa nuestra, es que le entendemos mal, es que no sabemos nada, es que somos imbéciles.

Llevan tanto tiempo tomándonos por imbéciles que al final va a resultar que de verdad lo somos.

171 Cumpleaños de Nietzsche

L’Ombra di Venezia

«Prólogo

Cuando siendo más joven hice la prueba de releer antiguos escritos míos que había olvidado, me asustó un rasgo común de todos ellos: hablan el lenguaje del fanatismo. En casi todos los lugares en que se habla de quienes piensan de manera distinta, llaman la atención ese modo sangriento de renegar y ese entusiasmo en la maldad que son los signos del fanatismo,–signos odiosos, a causa de los cuales no habría soportado leer hasta el final esos escritos si hubiese conocido un poco menos al autor. El fanatismo arruina el carácter, el gusto y en definitiva también la salud; y quien quiera restablecer los tres de manera radical, tiene que estar dispuesto a pasar por una cura larga y aburrida.
Tras haber dicho tanto de mí mismo, y no precisamente lo más edificante–como la costumbre del prólogo no aconseja pero sí permite–puedo esperar al menos haber logrado con ello que mis pensamientos más recientes, que en el presente libro doy a conocer, se lean no sin precaución»

FP II, 1880, 3 [1]

Nietzsche tras curarse del fanatismo, pero advirtiéndonos de la posibilidad de que la curación no haya sido completa. Lo contrario del fanático es el escéptico, claro está.