SOBRE LA PULSIÓN: FREUD Y EL PROBLEMA MENTE-CUERPO:
Mariano Rodríguez González (UCM)
(Ponencia en el Grupo de Neuropsicoanálisis de Madrid el 4 de junio de 2021)
1.
A juicio de Popper, todo el pensamiento occidental gira alrededor del problema de la relación psicofísica, y todos los demás temas que ha venido tratando nuestra tradición filosófica solo serían variaciones en torno a ese problema nuclear. No sé si se tratará, esta apreciación popperiana, de una exageración, probablemente sí. Pero lo que es seguro es que, a partir del surgimiento de la ciencia moderna, y con la construcción de la imagen mecanicista del mundo, el enigma del encaje del alma humana, psique, mente, en el mecanismo de relojería de la naturaleza, del que por supuesto formaría parte su cuerpo, se va a convertir en la gran cuestión a esclarecer. Descartes se quedará atónito ante la pregunta de qué hago yo aquí, de dónde salgo yo, YO, que soy capaz de comprender el funcionamiento de la gran máquina del mundo, y que por lo tanto no puedo formar parte de ella. (El gran argumento contra el materialismo: no es posible que un cerebro sea capaz de entender cómo se soluciona un problema matemático, y quien diga lo contrario en realidad no puede pensarlo).
Tres siglos después de Descartes, encontramos en un texto de Wittgenstein una formulación precisa del problema cuerpo-mente: consistiría este en «el sentimiento de la insuperabilidad del abismo entre la conciencia y los procesos en el cerebro» (Ph. Un. I, 412). La complicada palabra alemana Unüberbrückbarkeit, que es la que aquí se traduce por “insuperabilidad”, aludiría a la imposibilidad de ir por encima del puente, de cruzar el puente que de hecho une las experiencias conscientes con los procesos cerebrales. O sea, el problema consiste en que nosotros sentimos que no es posible entender cómo se va del extremo físico al “mental”, o mental-consciente (así que el problema mente-cuerpo es de índole sentimental). Cuando es un hecho irrefutable que a cada momento ese puente se cruza como si tal cosa. Como es sabido, el filósofo austríaco va a llegar a la conclusión de que no estaríamos aquí ante un problema real, sino simplemente ante un embrollo lingüístico. Lo que habría que desenredar es el embrollo lingüístico y no ningún misterio de la realidad misma: sería todo cuestión de reparar nuestro medio de representación.
Pero en el llamado trilema de Bieri podemos comprobar que Wittgenstein en esto no tenía razón, porque sí que se trata de un problema completamente real. Un trilema es un conjunto de tres afirmaciones que pretendemos sean todas verdaderas, pero resulta que si dos de ellas son verdaderas entonces la restante es necesariamente falsa. En nuestro caso, pensamos o más bien queremos pensar que es verdad que (1) “Lo mental es, de alguna manera, diferente de lo físico”; (2) “Lo mental tiene efectos en la realidad material”; (3) “Lo físico forma un sistema cerrado, todo efecto físico solo puede tener una causa asimismo física”. Ahora bien, si (1) y (2) son V, entonces (3) sería F (a lo que no estamos dispuestos en absoluto, porque si no tendríamos que renunciar a la ciencia física). Pero si (2) y (3) son V, entonces (1) sería F (lo que nos encerraría en un materialismo pedestre que no es nada fácil refinar). Pero si (1) y (3) son V, entonces (2) sería F (a lo que no podemos estar dispuestos porque si no se hundiría, por ejemplo, nuestro sistema jurídico). Así que estamos ante un verdadero problema, que se extendería, por lo demás, y por si fuera poco, a los dos “subproblemas”, igual de complicados, de la intencionalidad (el sentido), y de la identidad personal a través del tiempo.
2.
Contemplándolo desde este punto de vista que ahora es el nuestro, el Psicoanálisis de Freud se podría entender como una solución tentativa a este problema, el de la naturaleza de lo psíquico. O, lo que es lo mismo, como una particular teoría de lo mental. Su presupuesto fundamental (Grundvoraussetzung), como dice al final de su carrera él mismo (Abriss der Psychoanalyse, 1940) sería este: lo que llamamos psyche o vida anímica (Seelenleben) nos es conocida de dos formas. En primer lugar, como cerebro o sistema nervioso (puesto que el cerebro es su órgano corporal y su sitio de comparecencia o escenario: Schauplatz). En segundo lugar, como actos conscientes que se nos dan de manera inmediata. Y entonces, nuestro problema lo señala Freud a continuación más o menos igual que Wittgenstein, más de un decenio después, diciendo que lo que hay en el medio, entre cerebro y conciencia, o si no la relación directa entre ambos extremos, eso no lo sabemos en absoluto. Como mucho, y en el caso de que la relación exista, podríamos llegar a señalar la localización cerebral de los procesos conscientes. Pero eso no nos hará progresar en una comprensión de la relación misma.
En esta misma obra del final de su vida, el Compendio, y tras introducir la descripción funcional de su “aparato psíquico”, y después de abordar la cuestión crucial de la energía que opera en él en su doctrina de las pulsiones (Trieblehre), Freud tratará de lo que llama las “cualidades psíquicas”. Es aquí donde va a justificar a la manera epistemológica la necesidad de postular lo psíquico inconsciente, contra todos aquellos, científicos, filósofos, pero también “el vulgo”, que asumen que lo psíquico sería simplemente la conciencia. Si la mera fenomenología de percepciones, sentimientos, pensamientos y quereres, no puede ser en absoluto la psicología como ciencia natural, ello se debe al hecho de que, como se admite por regla general, las series de los procesos conscientes, en la corriente de conciencia, presentan muchas lagunas. Están por así decir llenas de agujeros, como se echa de ver en las patologías mentales, tal y como había certificado Schopenhauer, el padre filosófico del freudismo. Ahora bien, y esto se acepta también generalmente, los procesos físicos o somáticos que acompañan a lo psíquico forman series más completas o cerradas, «puesto que algunos de ellos tienen procesos paralelos conscientes, pero otros no». Ahora bien, en la epistemología que Freud manejaba todo el cometido de las ciencias se limita a constatar patrones causales en las series de los procesos naturales, a fin de fijar las leyes a las que estos obedecen: es en esto en lo que consiste propiamente la comprensión científica. Entonces, hay que concluir que en la psicología hay que centrarse en esos “procesos somáticos”, centrarse en ellos hasta el punto de que en ellos lleguemos a reconocer lo propiamente psíquico. (Mientras que, para los conscientes, se limita Freud a sugerir que habrá que “concebir otra apreciación”). Lo psíquico inconsciente, la idea de que lo psíquico es en sí inconsciente, no es ningún contrasentido, sino todo lo contrario, es lo único que nos va a permitir desarrollar una psicología científica en el sentido de las ciencias naturales, que es de lo que se trata.
Con las siguientes palabras se refiere Freud a su manera particular de rellenar las lagunas de la conciencia, a saber, mediante el método psicoanalítico:
Hemos hallado recursos técnicos que permiten colmar las lagunas de nuestros fenómenos conscientes, y los utilizamos tal como los físicos emplean el experimento. Por ese camino elucidamos una serie de procesos que en y para sí mismos son «incognoscibles»; los insertamos en la serie de los que nos son conscientes, y si afirmamos, por ejemplo, la intervención de un determinado recuerdo inconsciente, sólo queremos decir que ha sucedido algo absolutamente inconceptuable para nosotros [für uns ganz Unfassbares], pero algo que, si hubiese llegado a nuestra consciencia, sólo hubiese podido ser descrito así y no de otro modo (Abriss der Psychoanalyse, Achivo Kindle, pp. 64-65).
Tal vez la motivación filosófica fundamental tanto del modelo estructural-funcional de su aparato psíquico como de su doctrina de las pulsiones, la haya encontrado Freud, precisamente, en el ensayo de subsanar esa nuestra ignorancia de principio de lo que hay entre conciencia y cerebro. O sea, si lo vemos desde aquí, su Psicoanálisis sería una manera, ciertamente consistente, de rellenar la brecha o el abismo (Kluft decía Wittgenstein en alemán, gap dicen en inglés los filósofos de la mente contemporáneos) entre las dos orillas del río a cruzar, la conciencia y el cerebro.
Ahora bien, lo importante aquí es resaltar el hecho de que la acusada peculiaridad del método freudiano la notaríamos en lo verdaderamente chocante que nos resulta el desplazamiento desde los procesos físicos o somáticos “que acompañan a lo psíquico” (sic), a aquellos “otros” procesos a los que se habrá de dedicar la psicología científica [el Psicoanálisis] para ser tal. Es decir, el desplazamiento desde lo propiamente somático a todo aquello que “ocurre” en el terreno recién descubierto donde tendría lugar el juego energético-funcional entre ello, yo y superyó. Como conocemos a Freud, y sabemos de su honradez intelectual, preferimos pensar que no nos está escamoteando nada, sino que lo que en realidad pretende es darnos la posibilidad de resolver el problema psicofísico a su manera peculiar. Bien decía él mismo que la reflexión sobre ese problema estaría reservada a la filosofía. Por ello, no podemos esperar que la suya sea una elucidación conceptual en sentido estricto.
Esto lo podemos confirmar con la célebre afirmación freudiana de que los impulsos o las pulsiones son “nuestra mitología”, y su decisiva matización de que, sin ellas, el Psicoanálisis no habría podido avanzar ni un solo paso. Detengámonos un momento en esto porque es esencial para nosotros. El de Trieb es el concepto clave de la solución dinámica, la propiamente freudiana, al problema de la mente y el cuerpo. Pero se nos dice que se trataría de una solución “mitológica”. ¿Cómo debemos entenderlo? En primer lugar, la idea que aquí decide la cuestión es la de representación, como si dijéramos la función de portavoz, y la portavocía, que es el papel del portavoz:
Si consideramos la vida anímica desde el punto de vista biológico, se nos muestra el «instinto» [Trieb: mejor “impulso” o “pulsión”] como un concepto límite [Grenzbegriff] entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico [psychischer Representänt] de los estímulos procedentes del interior del cuerpo, que arriban al alma, y como una magnitud de la exigencia de trabajo impuesta a lo anímico a consecuencia de su conexión con lo somático. (Triebe und Triebschicksale, 1915, KSA III, 85, trad. Ballesteros y de Torres).
Así que Freud rellena el gap con el Trieb. Es el concepto de impulso, o pulsión, el que nos va a permitir cruzar por fin el puente entre los procesos cerebrales objetivos y las subjetivas experiencias conscientes (sin por supuesto obviar en Psicología la necesidad de considerar la cuestión cardinal de la subjetividad, necesidad que habría llevado a Solms a transitar de la Neuropsicología al Neuropsicoanálisis que él mismo fundara: The Hidden Spring, 2021). Ahora bien, si, como Freud reconoce, se trata con todo esto de una solución mítica o mitológica, o sea, narrativa o metafórica, tal vez sea porque tiene lugar a costa de un necesario (¿en su época solo?) desplazamiento de todo el problema, desplazamiento de lo somático o propiamente físico, que es una de las dos orillas, a lo pulsional intermedio o límite. Ya antes también Nietzsche había escrito que el de impulso es una construcción de urgencia que probablemente se haría superflua cuando nuestro conocimiento de la fisiología cerebral fuera mayor que la de su época, y nos hiciese capaces de llegar a las verdaderas causas últimas, físicas y químicas, de los fenómenos estudiados. Está claro que los procesos cerebrales, por lo menos algunos o buena parte de ellos, no son inconscientes en el mismo sentido en que lo serían los del ello (el ello no es el cerebro). Pero sí que llegan a hacerse conscientes algunos de los procesos cerebrales, igual que llegan a la conciencia (no me refiero a que lleguen de la misma manera, claro) los del sistema inconsciente freudiano, algunos de ellos.
3.
Este desplazamiento freudiano de la problemática mente-cuerpo, del que nace el Psicoanálisis, igual que el anterior desplazamiento nietzscheano, no sería en absoluto una debilidad teórica suya. No lo podemos entender meramente como un hacer de la necesidad virtud, sino casi todo lo contrario, pues tiene un alcance cognitivo importante. Para entender esto, tenemos que atender al significado de la concepción funcionalista de lo mental, que vendría complementada, en el caso freudiano, con el punto de vista dinámico o energético. Si se puede decir que la pulsión es “nuestra” mitología, es porque resulta imprescindible tratar a lo mental como algo funcional, es decir, poderlo considerar con una relativa “independencia” de la base material en la que invariablemente se realiza o se viene a implementar. Por eso el modelo estructural freudiano no puede ser el del cerebro orgánico con sus partes concretamente “materiales”.
Con el mecanismo algorítmico de la selección natural se había naturalizado exitosamente, antes de Freud, el concepto de teleología,de modo que las explicaciones funcionales inundaron la biología posdarwiniana. Se hizo con ello científicamente aprovechable la idea de la finalidad, para que fuera posible la perspectiva biológica de la ingeniería inversa: contemplar el organismo viviente como si hubiera sido diseñado por un ingeniero humano. Ahora bien, si aplicamos esta idea funcional a la esfera psicoanalítica, entonces comprenderemos por qué Wittgenstein iba a subrayar que las afirmaciones de Freud eran en realidad un mixto ilegítimo de causas y motivos (denunciándolo como una confusión de dos juegos de lenguaje diferentes); y entenderemos también por qué Ricoeur iba a considerar igualmente que suponían una mezcla del discurso de la fuerza y el discurso del sentido, pero alabándola como la verdadera genialidad freudiana. Desde luego que Ricoeur era el que daba en el clavo.
Como bien sabemos, la pulsión que Freud discute tiene un “momento motor”, el Drang, esa fuerza o empuje propio del impulso; tiene también un objeto al que se dirige, y por supuesto una fuente somática (Quelle) en un órgano o parte del cuerpo. Pero lo que tenemos que subrayar ahora, claro está, es que la pulsión freudiana solo puede alcanzar en los objetos tan variables a los que se dirige el objetivo o fin (Ziel) que le es propio: «El fin (el objetivo) de una pulsión es en todos los casos la satisfacción, la cual solo puede ser alcanzada a través de la cancelación o anulación (Aufhebung) del estado de estimulación o de excitación (des Reizzustandes) en la fuente pulsional» (Trieb und Triebschicksale, 86). La satisfacción sería por tanto el fin final (Endziel) de toda pulsión, un objetivo último que bien es verdad que puede ser logrado por medios muy diferentes, o lo que es lo mismo, alcanzando distintos fines parciales.
Cuando, en el panorama contemporáneo, el modelo funcionalista de la mente, sobre todo en su versión computacional inspirada en la teoría de la información y en el desarrollo de la IA, se fue a convertir en protagonista, por lo demás muy discutido, surgieron también intentos de rellenar la famosa sima, de cruzar el puente entre procesos cerebrales y experiencias conscientes. En particular, Daniel Dennett recurrió a la obra de Darwin y a la de Turing, poniéndolas en línea, para intentar mostrar el modo en que la acumulación de competencias o modos de hacer inconscientes, en la esfera biológica, sobre todo zoológica, pudo llevar a la comprensión, que es propia de la mente de los humanos. El modelo neo-conexionista de las redes neuronales artificiales le permite a Dennett, como a otros muchos, profundizar en una solución gradualista que en ninguna parte de la serie continua físico-mental tendrá que recurrir al corte brusco o a la intervención que podríamos llamar supersticiosa del deus ex machina, o, como diría él, de las “grúas celestes”. Antes que Freud, Nietzsche había sugerido en algún momento este mismo modelo del continuo, soportado en su caso por una ontología procesual. Como vimos, también en el caso nietzscheano es el concepto de Trieb el que está llamado a rellenar la brecha.
En nuestros días, diversos autores han coincidido en que el mejor modo de interpretar la pulsión es a la manera funcional, reformulando una vez más a la manera naturalista la vieja teleología aristotélica y luego creacionista. Así se puede entender, por supuesto, la pulsión freudiana. Pero es que además hay que subrayar el especial interés que esto tendría en la actualidad. Hubo un momento en que la teoría de la información se divorció por completo de la perspectiva termodinámica, hubo un momento en que lo computacional se separó de lo energético. Y eso lo lamentarían hoy autores como Deacon (Incomplete Nature), porque si fue beneficioso en un principio, después ha tenido negativas consecuencias para los proyectos de la IA y de la Vida Artificial. Deacon aboga por la reintegración de las dos tradiciones científicas. Ahora bien, es fácil darse cuenta, a tenor de lo dicho, de que la noción freudiana de pulsión, igual que la nietzscheana, si es verdad que nos permite comprender la relación psicofísica, o la emergencia corporal de la mente consciente, lo permite justamente porque en ella están entreverados lo funcional y lo energético.