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NIETZSCHE Y EL MECANICISMO

«Pero lo indiscutiblemente valioso de la consideración mecanicista del mundo, para Nietzsche, lo tenemos en su condición de principio metodológico regulador de la investigación. Porque se trata, con el mecánico, del método más honrado, recto o sincero (die redlichste), esto es, el que daría cuerpo al máximo rigor, con la exclusión de todo sentimentalismo. Incluso, cuando al filósofo le da alguna vez por pensar en su particular genealogía filosófica, inmediatamente nos menciona el movimiento antiteleológico moderno, o «spinozista», asimismo en definitiva el movimiento mecanicista, ese que retrotrae o reduce todo lo moral y lo estético a lo fisiológico, y todo lo fisiológico a lo químico, y finalmente todo lo químico a lo mecánico. Ese sería el gran precedente del pensar nietzscheano. Pero con la crucial diferencia de que Nietzsche no creerá en absoluto en la “materia”, dando por descontado que Boscovich representa un gran punto de inflexión en la teoría física moderna con sus “puntos de fuerza” (KSA 11, 26 [432], 266). Y una vez más se reivindicará esa filosofía mecanicista, pero únicamente en cuanto regulador provisional de la investigación, y en absoluto en cuanto «dogma» metafísico.

Con el Mecanicismo atomístico hemos intentado construirnos un mundo que fuera intuible y calculable, construirlo por y para nuestro intelecto numerador y aritmético. Y lo que Nietzsche va a denunciar, y a criticar implacablemente, no sería otra cosa que la conversión de este ensayo tan honroso del sujeto moderno en falsa y peligrosa creencia metafísica. En suma, la confusión del construir con el encontrar, que se halla preñada de funestas consecuencias. Porque aquí, como en todas partes, nos las habemos con maneras de pensar (Denkweise), cuyos criterios supremos no incluyen en absoluto la adecuación, o la verdad en sentido metafísico. Por ejemplo, en la doctrina del eterno retorno lo que se habría intentado es pensar hasta el final la cosmovisión mecanicista, con el resultado final de contradecirla frontalmente, pero “nada más que” en busca de la manera de pensar que nos proporcione la alegría más loca (übermütigste), o sea, en busca de la manera de pensar más viva, más afirmadora del mundo. Y no, en absoluto, en persecución de la única correcta o verdadera, en el sentido de la adecuación a la realidad en sí.

Porque en el momento en que pensamos la cosmovisión mecanicista con su carga metafísica, en ese mismo instante nos damos cuenta de que tal mundo mecánico es de verdad un mundo indeseable para nosotros, en tanto se hallaría completamente vacío de sentido. E incluso una auténtica degradación de la existencia, porque la despoja de todo rastro de aventura, degradación cuya clave psicológica no sería otra que el miedo humano como afecto básico, la acuciante necesidad de estabilidad, de seguridad, de hacerlo todo calculable. Pensada con toda la carga metafísica, la cosmovisión mecanicista representaría el ensayo siniestro de aproximar el hombre a la Máquina Universal, de hacer de la existencia humana algo calculable que ya no nos va a dar ninguna sorpresa, algo así como el perfecto funcionario del imperativo categórico kantiano. Con la pretensión de que sólo sería posible una interpretación correcta del mundo, los señores mecanicistas, «matemáticos sedentarios», transforman los instintos humanos en meros hombres-fórmula robotizados. Y ya sabemos los calificativos que para Nietzsche merecería este ensayo de transformación maquínica: idiotez, torpeza, enfermedad mental…El contramovimiento, precisamente, sería el Übermensch, un contramovimiento que exige haber llegado antes a lo más bajo, a la extrema degradación, a la imposición incondicionada de la consideración mecanicista como dogma»

Mariano Rodríguez González: Nietzsche como última palabra. Estudios de Filosofía de la Mente (207-209).