Archivo por meses: marzo 2015

La falta

No tiene nada que ver el imperativo délfico (conócete a ti mismo, o sea, nada en demasía) con la «asunción de la castración», ése es el gran error a costa del cual se pretende hacer revivir al psicoanálisis como epistemología ética.

Porque la hybris no es la psicosis, y el que no es capaz de la primera no es que sea cuerdo sino simplemente triste y aburrido, por muy cortés e incluso brillante que pueda parecer a primera vista.

Os resentidos

Dice el mediocre del que no lo es: pobre hombre, ya me daba cuenta yo desde el principio que en el fondo es un psicótico (¡¡le falta la falta!!); y a mí no me falta la falta, luego lo tengo todo (¡¡tengo la falta!!); luego estoy completo, pleno, gozo de salud.

Cultura y sujeto

Así que parece que para poder creer como verdaderos creyentes (como es preciso para ser psicoanalista) en el célebre «complejo de Edipo», lo primero que haría falta es haber sido conformado básicamente por la sensibilidad de la mitología judeo-cristiana (leer a Sófocles pero en la sinagoga o en la sacristía, leerlo desde la Biblia).
Es cierto que Freud se dio perfecta cuenta de ello, pero lo dijo al revés, no como Deleuze, y por eso la gran diferencia.

Los cristianos

Sin duda que hay mucho de bueno que decir de ellos, aparte de que en buena medida nuestra sangre cultural es inevitablemente cristiana, pero lo que me resulta chocante es que los cristianos vienen aún hoy hasta los que no lo somos, o lo hemos dejado de ser, con la absoluta seguridad de que todo aquel que no sea de la misma creencia que ellos, la creencia cristiana, propiamente hablando ¡¡estaría muerto!!. (Por eso es tan importante para ellos que los cristianos nos evangelicen).

El insulto

Tengo observado que por lo menos yo insulto siempre a la manera puramente reactiva (tal vez sería pensable otro tipo de insulto, el estratégico).

Pondré dos ejemplos. Ayer los periódicos de la derechona andaban ufanos dándole vueltas al «escándalo» de que un miembro del actual gobierno griego viviera bien (en concreto: tenía para comer, una casa confortable, incluso piano, ¡una mujer guapa!). No pude evitar enviar el siguiente comentario: «Cotillas de mierda, siempre estáis igual, franquistas». Inmediatamente, aparte de 5 ó 6 ataques venenosos contra mi persona de franquistas literales, me respondió una buena persona, toda madre, admonestándome amorosamente en el sentido de: «deja tu opinión, Mariano, pero no insultes». (¿Cuál es la diferencia?)

Hoy leo en «El País» que a Felipe González no le parece nada bien eso de que en las listas electorales de los partidos no puedan ir imputados porque sería tanto como legitimar que esas listas las confeccionaran los jueces». Inmediatamente se lo conté  a un amigo con la introducción siguiente: «Ha dicho el cabrón de Felipe González…»

En un primer momento me arrepentí considerando lo insensato de mi irritación, y que ya no tengo edad para ir por ahí insultando a la gente (la típica resolución patética: «¡nunca más volveré a insultar a nadie, ocurra lo que ocurra!»). Pero, bien pensado, mis insultos son reactivos, meras devoluciones de una violencia que se me ha infligido. Los necios, los resentidos, los locos, hacen mucho daño, y de algún modo hay que defenderse para no acabar ingresando en sus filas a consecuencia de sus insultos. Sobre todo, tanto los periódicos de la derechona como Felipe González nos habían insultado de la peor manera posible: habían insultado a nuestra inteligencia.

Otra cosa es aprender a insultar con elegancia, arte, finura, pero eso solo iría contra quien lo merece

Mateo 5, 22 (Breve prédica sabatina)

«Pero yo os digo que todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio; el que le dijere ‘raca’ será reo ante el Sanedrín y el que le dijere ‘loco’ será reo de la gehenna del fuego».

Así que lo natural en nosotros es pecado, es el pecado la mismísima naturaleza humana, como mirar a alguna mujer deseándola, u odiar a nuestros enemigos, o amar solo a nuestros amigos. Y «el perfecto» sería entonces el que ha exterminado en sí mismo sus inclinaciones naturales.

Pero aparte de esto, mandar al infierno al que llame «loco» a alguien, por ejemplo a un loco evidente, podría parecer una astuta medida de autodefensa del propio loco, o el puro resentimiento del loco: me vengaré del que diga la verdad acerca de mí mismo, arrojándole al fuego de palabra, al menos mientras no le pueda quemar de obra.

(Algunos locos pretenden dar miedo a los que les rodean, así tienen incluso la posibilidad de acceder al poder). Y no lo tienen difícil porque en el fondo todos tememos a la locura.

(Por otra parte, hay también locos que fascinan a los que no lo están del todo, como si su desvarío pasara por una sabiduría superior, y por tanto de gran autoridad, tal vez por eso les votan y hasta ganan elecciones).

Cosa diferente, relativamente cuerda, sería que el «Reino de los Cielos» significara un estado del corazón (aquí en la Tierra). Porque entonces no cabe duda de que lo primero que tiene que procurar el que desee vivir tranquilamente, replegado en los éxtasis de su pura intimidad, es no desear a ninguna mujer o solamente a una, y no irritarse jamás con nadie. Manso, casto, pobre: así tiene que ser el que ha decidido entrar en ese Reino del ánimo. Y esto es una sabiduría de la vida, un cuidado de sí, tan legítimo y respetable como cualquier otro.
Pero entonces no tendría que amenazar a quien no fuera «hermano» suyo, so pena de contradicción. El manso no se puede tolerar que amenace con el infierno (ni siquiera con el infierno del corazón) a quien no es manso como él.

Sopa de Sectas

Todo entreverado por el opus como argamasa,
bandoleros de cristo con cisma por pederastia,
entonces cielinos,
caprinos,
neocatecumenales (ni se sabe),
kikos (como aperitivo),
Comunión y liberación (quinta asamblea),
todos mandan en Madrid,
atenazan la educación
(fábrica de replicantes que sonríen cuando apuñalan),
el problema es el asco,
el desprecio,
que no es humano como lo es el odio.
Un problema del cuerpo, el vómito (servir a dioses diferentes).