Archivo por meses: septiembre 2015

La dignidad humana

«En el fenómeno del participar espontáneo en las manifestaciones vitales sensibles de alegría, felicidad, dolor, angustia, tristeza, afectación en la forma de alegría o en la de dolor compartidos, la suposición de una raíz común del ser-hombre, y de un ethos común de la humanidad, gana una evidencia generalmente accesible y vinculante: ‘la dignidad del hombre hay que entenderla entonces como el valor que yo le doy al otro yo incondicionalmente, porque es un hombre'» (Vogel citando a Pieper).

(A la dignidad humana a través del cuerpo expresivo, o la carne).

Francisco

El hecho de que ahora sea Papa, por lo que parece, una persona normal, y que sin duda sea de todo punto extraordinario que el Papa sea una persona normal, en absoluto viene a significar que lo del otro mundo haya dejado de ser increíble.

Compasión no es amor

Los hay que llegan a decirle a alguien cualquiera «te quiero» cuando en realidad lo que le están diciendo es «¡qué pena me das!, majete».

Y para dar con la clave que da cuenta de esta chocante confusión lingüístico-sentimental, que es sin duda un trastorno, en vez de sumergirse en supuestas sinuosidades de la infancia psicoanalítica del hablante (papá y mamá y yo, o el infancito como rotulan algunos), la honestidad intelectual alternativa viene a exigir que nos remitamos a su educación católica, es decir, el mandato del amor a los desgraciaditos de la vida. (En el bien entendido de que esta posición de desagraciadito, a veces solo temporal, la puede ocupar cualquiera de nosotros).

Cuando se nos abre o se nos muestra un desgraciado, automáticamente «se le ama», simplemente porque según esa aberrante educación sentimental se le tiene que amar. Paralelamente, entonces, al que es afortunado o se le envidia o se le odia o casi siempre las dos cosas. Pura demencia asimismo, pero por supuesto no necesariamente edípica.

Lo sano en este terreno resultaría decididamente antipático, hasta el punto de que te pueden abofetear. Cuando se te abre el desgraciado, por supuesto muchas veces estratégicamente, se trataría de responderle: «Hay que venir llorado de casa», o incluso: «¡No me cuentes tu vida que es muy triste!». Como decía el refrán, que cada palo aguante su vela.
(Aunque nos puede llevar a ayudarle efectivamente, a menudo la compasión es una falta de respeto para el compadecido, una intromisión en su intimidad, y lo peor es que duplicaría el sufrimiento humano. ¿No es humillar a alguien hasta el extremo decirle sinceramente que te da pena?).

Despreciables

Un país en el que te pueden denunciar y multar por haberle «faltado el respeto» a X, o por «no haber tenido la debida consideración» con Y (y escribo X e Y porque no quiero que me denuncien y me sancionen), está claro que dista mucho de ser una democracia.
Es un país que no merece ni respeto ni consideración, campo abonado para la blasfemia.

No recuerdo que en el franquismo último que me tocó vivir multar por eso fuera siquiera posible, sin duda tuvimos poca consideración con muchos y faltamos al respeto a muchos hideputas. Pero si a algunos jóvenes de entonces nos daba vergüenza decir que éramos españoles, justamente por la impotencia de tener el franquismo encima, ahora no vamos a caer en el mismo error porque a esta gentuza sí la podemos echar (por otra parte, para olvidar la cara vomitiva de esta gente, hay que volver a leer el Quijote cada cierto tiempo).

El júbilo que nos lleva a faltar al respeto (a cualquiera) y a no tener consideración (a nadie) es la madre del arte y el padre del pensamiento. Y además hacerlo por pura diversión creativa.