Mal que pese a los técnicos de la cosa, enseñar a enseñar solo es posible por vía de ejemplo: enseña a enseñar el buen profesor cuando enseña. Enseñar a hacer programaciones no tiene nada que ver con esto.
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ZAMBRANO
Lamentable y probablemente vuelva a ser «el tema de nuestro tiempo» el mismo que en los años treinta del siglo pasado (no el mismo, creo, pero sí similar). Cuando María Zambrano lo especificaba a la perfección, en sus escritos de la Guerra Civil, como el de aclarar las relaciones de la inteligencia con el fascismo.
LA ESENCIA, COMO SI DIJÉRAMOS
Por encima de su género y de su clase, pues se trata de una categoría en verdad transversal, lo que distingue al tonto es su afán de mando, sus insaciables ganas de impartir órdenes, a cualquier precio y caiga quien caiga, mintiendo todo lo que haga falta y disfrazándose de lo que sea. No es servidor del Estado, ni de la Iglesia, ni de la sociedad, ni del pueblo, ni de la humanidad, en realidad es solo servidor de esta su bobada.
EL TONTO
El tonto presenta el serlo como la suprema virtud
TODD GITLIN
«His best-known book was “The Sixties: Years of Hope, Days of Rage” (1987), a firsthand account, part history and part
autobiography, of the rise and fall of the left during that decade of upheaval. The leftists who held sway, he said in the
book, were never prepared to govern. “Often,” he wrote, “I’m glad we’re in no position to take power: If we did, the only
honorable sequel would be abdication.”
As time went on, he continued to write from a progressive perspective but became increasingly critical of his own
cohort. In “The Twilight of Common Dreams: Why America Is Wracked by Culture Wars” (1995), he said the left had
become distracted by identity politics, multiculturalism and political correctness when it should have been focused on issues like economic justice».
By Katharine Q. Seelye
EL TIPO ZARATUSTRA: MALICIA Y ARROGANCIA
«En el tipo Zaratustra, por otra parte, se darían la mano con una misma alegría loca la malicia y la arrogancia. Que serían las disposiciones y actitudes psicológicas, o rasgos de carácter, que suelen acompañar al que afirma lo real en su totalidad. Aparte de que, por si esto fuera poco, esta aprobación dionisíaca tendría, ciertamente, mucho que ver con la música, porque la música es máximamente capaz de transmitir ese pathos trágico que es el pathos afirmativo par excellence, en particular esa música maliciosa y arrogante predilecta del filósofo (Bizet, Chopin, Offenbach, incluso Chueca). Y por eso todo el Zaratustra puede ser considerado música[1]. Pero, como bien sabemos, el tema fundamental de la obra cumbre de Nietzsche sería “el pensamiento”[2], es decir, el pensamiento del eterno retorno de lo mismo. Que quedará en estas páginas inmediatamente caracterizado no de otro modo que como la más alta forma de aprobación que en general puede ser alcanzada. El “pensamiento”, pues, sería la verdadera apoteosis dionisíaca.
Por eso mismo el presupuesto fisiológico de Zaratustra como Dionisos ha de ser la gran salud. Primero porque la aprobación nietzscheana de la vida en su totalidad tiene que empezar a actuar necesariamente como risa, ironía y parodia ante todo lo que se ha tenido por sagrado hasta el momento en la historia de las múltiples culturas planetarias. Estar peligrosamente sanos significa que la gran salud es la agresividad del ataque sin contemplaciones a la estupidez característica del que tiene necesidad de convicciones, o lo que es lo mismo, de servir, de que lo manden, ese sopor característico del espíritu de la pesadez que es el diablo de Zaratustra. Pero sucede que la inmensa mayoría de los hombres tiene necesidad de convicciones, y entonces reaccionarán con violencia. En esta batalla filosófica contra la estulticia habría que recordar la importancia de la risa, porque no solo mata la ira sino sobre todo la risa (Za, pp. 93, 271), y por tanto es lógico que no se vayan a quedar sin atacarnos a su vez los estultos, a nosotros los sarcásticos, en su derecho a la legítima defensa. La burla de todo lo considerado hasta ahora en la Tierra sagrado y divino terminará por llevarnos a lo que Nietzsche llama la gran seriedad, que sería justo cuando «empieza la tragedia» (GC-382, p. 894). Entonces va a ser necesaria por segunda vez la gran salud, para digerir la terrible dureza de lo real que se va a asimilar en su afirmación aprobatoria. Y no digamos en su afirmación hiperbólica que significa el eterno retorno de lo mismo.»
[1] «Quizá deba contarse todo el Zaratustra bajo el epígrafe de “música”» (EH-Zaratustra-1, p. 833).
[2] En agosto de 1881, ante la torre piramidal en las inmediaciones del lago de Silvaplana, no lejos de Surlei: «entonces vino a mí ese pensamiento».
LA ESENCIA NIETZSCHE
«Pero en el bien entendido de que es esa aprobación de lo negativo de todas las oposiciones lo que constituye propiamente la posibilidad de reconducirlas a la unidad de la que han brotado. En definitiva, a lo que llegamos es a que bendecir “lo malo” es el modo dionisíaco de conducirlo a su unidad con “lo bueno”. La lógica dionisíaca es la lógica de lo peor o de la crueldad (Rosset 1994, 2013), o sea, una lógica de la múltiple o de la pura afirmación (Deleuze 1971, p. 30), en la que nos hemos situado más allá del bien y del mal en una ética de la alegría (Ibid.). «Para una tarea dionisíaca, la dureza del martillo, el goce mismo de la destrucción forman parte de los requisitos previos de una manera decisiva. El imperativo: “¡Endureceos!”, la más honda certeza de que todos los creadores son duros, es el verdadero distintivo de una naturaleza dionisíaca. –» (EH-Zaratustra-8, p. 842).»