«Deberíamos ponernos en el lugar de un pobre profesor de la universidad de Basilea que decía cosas tan terribles. Después de este libro [el Zaratustra] dijeron que estaba loco. Jakob Burkhardt tuvo escalofríos cuando lo tocó; se retorció de lo horrible que era. Pero no sabían en qué momento se volvería loco. No que hubieran sido capaces de diagnosticar la locura en este libro–ni siquiera los alienistas en esos días lo habrían conseguido–, pero las ideas que expresaba les provocaron una especie de fiebre fría debido a que lo inconsciente comenzaba a removerse en ellos. (…) Por ello, durante las décadas siguientes, si alguien se suicidaba, decían: «Oh, ha leído a Nietzsche. Son las ideas de Nietzsche. No hay duda de que si uno lee libros así, el mundo se irá al infierno». Podíamos escuchar esa clase de cosas en la guerra mundial; la psicología alemana ha sido explicada por Nietzsche. ¡Como si la política alemana se debiera a Nietzsche! Prácticamente ninguno de ellos había leído sus libros. Nietzsche tenía muy mala reputación, no por sus aforismos–nadie con un poco de médisance tendrá algo que decir contra ellos–, sino que tendrá mucho que decir contra Zaratustra. Pues Zaratustra es un libro extraordinariamente decente, mientras que los aforismos son en parte médisance, en parte malevolentes. Todo el mundo citaba algunos aforismos con una risita como una especie de bon mot, como ‘el gran chino de Königsberg’, esto es, Kant. Podemos soportar esas cosas. No perturban nuestro sueño y nos proporcionan una buena digestión»
(C. G. Jung: El Zaratustra de Nietzsche, p. 295)