En La voluntad de creer, William James sostiene que la satisfacción del creyente cuenta como evidencia de la verdad de su creencia.
Con esta mayúscula ingenuidad, el pensador americano está definiéndonos, exactamente, en qué consiste la muerte de Dios. Contra el pragmatismo habría que recordar aquello de Freud, la gente no quiere la verdad sino el consuelo. Pero hay algunos que son tan cándidos o tan astutos como para asegurarnos que el consuelo sería justamente la verdad, que la verdad no es otra cosa que el consuelo, transitando del modo más vergonzoso desde el instrumentalismo en filosofía de la ciencia, que por supuesto se puede defender, a las cuestiones éticas de la vida humana, donde de lo que se trata es de todo lo contrario si somos honrados: de huir del autoengaño y la represión. Una vez más pienso en el loco nazi que iba por ahí diciendo que «verdadero es lo que me gusta» (una expresión que a mi juicio condensa la esencia de la neurosis).