Un país en el que te pueden denunciar y multar por haberle «faltado el respeto» a X, o por «no haber tenido la debida consideración» con Y (y escribo X e Y porque no quiero que me denuncien y me sancionen), está claro que dista mucho de ser una democracia.
Es un país que no merece ni respeto ni consideración, campo abonado para la blasfemia.
No recuerdo que en el franquismo último que me tocó vivir multar por eso fuera siquiera posible, sin duda tuvimos poca consideración con muchos y faltamos al respeto a muchos hideputas. Pero si a algunos jóvenes de entonces nos daba vergüenza decir que éramos españoles, justamente por la impotencia de tener el franquismo encima, ahora no vamos a caer en el mismo error porque a esta gentuza sí la podemos echar (por otra parte, para olvidar la cara vomitiva de esta gente, hay que volver a leer el Quijote cada cierto tiempo).
El júbilo que nos lleva a faltar al respeto (a cualquiera) y a no tener consideración (a nadie) es la madre del arte y el padre del pensamiento. Y además hacerlo por pura diversión creativa.