«Pero yo os digo que todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio; el que le dijere ‘raca’ será reo ante el Sanedrín y el que le dijere ‘loco’ será reo de la gehenna del fuego».
Así que lo natural en nosotros es pecado, es el pecado la mismísima naturaleza humana, como mirar a alguna mujer deseándola, u odiar a nuestros enemigos, o amar solo a nuestros amigos. Y «el perfecto» sería entonces el que ha exterminado en sí mismo sus inclinaciones naturales.
Pero aparte de esto, mandar al infierno al que llame «loco» a alguien, por ejemplo a un loco evidente, podría parecer una astuta medida de autodefensa del propio loco, o el puro resentimiento del loco: me vengaré del que diga la verdad acerca de mí mismo, arrojándole al fuego de palabra, al menos mientras no le pueda quemar de obra.
(Algunos locos pretenden dar miedo a los que les rodean, así tienen incluso la posibilidad de acceder al poder). Y no lo tienen difícil porque en el fondo todos tememos a la locura.
(Por otra parte, hay también locos que fascinan a los que no lo están del todo, como si su desvarío pasara por una sabiduría superior, y por tanto de gran autoridad, tal vez por eso les votan y hasta ganan elecciones).
Cosa diferente, relativamente cuerda, sería que el «Reino de los Cielos» significara un estado del corazón (aquí en la Tierra). Porque entonces no cabe duda de que lo primero que tiene que procurar el que desee vivir tranquilamente, replegado en los éxtasis de su pura intimidad, es no desear a ninguna mujer o solamente a una, y no irritarse jamás con nadie. Manso, casto, pobre: así tiene que ser el que ha decidido entrar en ese Reino del ánimo. Y esto es una sabiduría de la vida, un cuidado de sí, tan legítimo y respetable como cualquier otro.
Pero entonces no tendría que amenazar a quien no fuera «hermano» suyo, so pena de contradicción. El manso no se puede tolerar que amenace con el infierno (ni siquiera con el infierno del corazón) a quien no es manso como él.