«No soy un hombre, soy dinamita.– Y, pese a todo, nada hay en mí de fundador de una religión; las religiones son cosas de la plebe, yo tengo necesidad de lavarme las manos después de haber tenido contacto con hombres religiosos…No quiero ‘creyentes’, pienso que soy demasiado malicioso como para creer en mí mismo, nunca le hablo a las masas…tengo un miedo terrible a que algún día se me declare santo (…) No quiero ser ningún santo, preferiría ser un bufón…Quizá yo sea un bufón…Y a pesar de ello, o, más bien, no a pesar de ello–pues no ha habido hasta ahora nada más mentiroso que los santos–por mi boca habla la verdad. –Pero mi verdad es terrible: pues hasta ahora a la mentira se la ha llamado verdad. —Transvaloración de todos los valores: esta es mi fórmula para un acto de supremo autoconocimiento de la humanidad, que en mí se ha hecho carne y genio. Mi suerte quiere que yo deba ser el primer hombre decente, que me sepa en contradicción con la mendacidad de milenios…He sido el primero en descubrir la verdad, al ser quien primeramente ha sentido–que ha olfateado–la mentira como mentira. Mi genio está en mi nariz…Yo contradigo como jamás se ha contradicho y, a pesar de ello, soy la antítesis de un espíritu negador. Soy un alegre mensajero, como no hubo ningún otro (…)»
Ecce Homo, «Por qué soy un destino» I
Pero es evidente que la verdad y la mentira «en sentido extramoral» no pueden quedar al margen de esta práctica de la verdad en que Nietzsche condensa al final todo su pensamiento. Lo que huele a falso muy probablemente es falso también en ese sentido «extramoral».