«Pero el criticismo frustrado de nuestros padres, si nos legó la imposibilidad de ser cristianos, no nos legó el contento con que la tuviésemos; si nos legó la descreencia en las fórmulas morales establecidas, no nos legó la indiferencia a la moral y a las reglas de vivir humanamente; si dejó incierto el problema político, no dejó indiferente nuestro espíritu a cómo ese problema de resolviese. Nuestros padres habían destruido alegremente, porque vivían en una época que tenía todavía reflejos de la solidez del pasado. Era aquello mismo que ellos habían destruido lo que daba fuerza a la sociedad para que pudiesen destruir sin sentir romperse al edificio. Nosotros heredamos la destrucción y sus resultados.
En la vida de hoy, el mundo sólo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados. El derecho a vivir y a triunfar se conquista hoy casi por los mismos procesos por los que se conquista el internamiento en un manicomio: la incapacidad de pensar, la amoralidad, y la hiperexcitación»
(Fernando Pessoa–Bernardo Soares)