Vuelven a atemorizarnos todos esos que se dicen a sí mismos que vienen del pueblo, y que es del pueblo también de donde viene la voz de Dios, nada menos. Pero es un hecho indudable que Dios ha muerto ya hace tiempo, y por eso seguramente nos vuelva a amenazar la violencia desesperada del integrismo católico, y la extremada agresividad de la necedad evangélica que ya manda en algunos países. La herencia del Dios difunto no es hoy sino el nacional-populismo de los fanáticos que ya se animan a encender hogueras para quemar a herejes y descreídos de Dios y patria.
Pero no saben lo cómicos, lo patéticos que resultan todos ellos, en gestos, palabras y amenazas, con su solemnidad de naftalina tanto más ridícula cuanto más conscientes son de que esa fe que imploran y que imponen ha dejado de ser posible para nadie. En el fondo causarían un efecto deprimente si no fuera porque es incompatible con el miedo que dan cuando les vemos las pistolas.