Los trepas de toda la vida ahora aprenden lenguajes muy tranquilizadores para su conciencia de trepas, lenguajes que son un disfraz más para seguir trepando. Por ejemplo, se reúnen todos juntos en congresos estúpidos para disertar sobre el famoso emprendimiento y la «voluntad de crecer». O bien, si son muy atrevidos, sobre la «voluntad de poder» que a fin de cuentas sería la clave de la vida humana y la vida como tal. Porque el trepa cuando es trepa mayúsculo, superlativo, se lanza a encontrar justificación cósmica y quizá metafísica a la odiosa deformidad espiritual que constituye a su tipo humano. Y es que lo de ser un trepa rematado nacería solo, a fin de cuentas, de la pura incapacidad para emprender el camino derecho y caminar por él sin disfraces ni manipulaciones, sin bajas astucias de conspirador.
La irresistible ascensión de Arturo Pi
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