La vida enferma es la que quiere terminar de una vez, irse a otro lugar completamente diferente de su presente, un lugar que por supuesto no existe. Y estaría dominado por la décadence aquel que se comporta de manera que todo lo que hace se vuelve forzosamente contra él, contradiciendo sus condiciones de florecimiento, o aquel en que las sensaciones de dolor y malestar superan con mucho a las de placer y alegría, por una mera cuestión de agotamiento nervioso.
Es decir, la vida decadente es la que va conducida hasta el fin por la voluntad o la gana de nada. En los movimientos y las reacciones sociales de nuestro tiempo es fácil observar estas poderosas proclividades al suicidio de colectivos enteros. Incluso la valoración extrema parece a veces dominar, la que sugiere que es de verdad bueno el suicida.