Hoy si hubiera podido no habría salido de casa, fuera reinaba una entropía espantosa. En general, el modo tan violento y tan incesante que tiene el tiempo de morder en nuestras costuras y en las del mundo, cubriéndolo todo de óxido, del óxido de la muerte, sería algo perfectamente notorio, así que la única forma de no verlo es tapándonos los ojos con la venda de la tontería, o haciendo un esfuerzo duro para pensar siempre de nuevo en otra y otra cosa, distraernos como sea. Por eso tal vez las drogas, y el sexo maniático, por eso el calor del debate que nada zanja, y el encono en la tarea del trepar y del competir con quien sea por un quítame allá estas pajas. Parece que hacemos casi todo lo que hacemos para quitarnos la duda de no existir de verdad, a eso es a lo que tenemos miedo mucho más que a la muerte, opinaba Rosset, y puede que no le faltara razón.
No importa la edad de uno, yo la mella del tiempo en las cosas y en las personas la descubría de golpe un buen día ya de bastante joven, hace muchos años. Como también te puede asaltar la sospecha o la sorpresa de que invariablemente vienen treguas, como si la guadaña se retirara también de repente y el brillo y la transparencia de la vida joven tomaran el relevo del óxido de la muerte sobre el mundo. Pero no hay remedio porque de nuevo vuelve la corrosión otro día, y entonces se ve perfectamente lo viejo, lo espantosamente cansado que está el mundo, a ver si no con la de años que van ya, y hasta los niños que juegan en los parques parecen entonces renquear y respirar con un siniestro ritmo de bronquitis.