Las devastadoras políticas neoliberales no habrían podido imponerse con tanta facilidad si no hubiese sido por la solícita colaboración y la sistemática traición sibilina de ciertos rufianes procedentes de la izquierda, siempre en venta y muy astutos, que se han acabado especializando en ejercer de capataces.
Me vienen de pronto a la cabeza cinco o seis nombres, pero en todo caso hay muchos más, cuyo denominador común es el estar magníficamente instalados, en primer lugar, y en segundo haber llegado a esa edad de la vida en que uno se llega a imaginar, delirando, que la única codicia que vale la pena, porque es la única con posibilidades reales de satisfacerse aquí y ahora, es la codicia de dinero. Todas las demás les han quedado ya muy lejos, entre ellas la de hacer algo que valiera realmente la pena en su teatral y despreciable existencia.
Pero ya desde jóvenes había algo en ellos de mercachifles, de charlatanes de feria con corbata, de trileros del Rastro, de ahí su infalible instinto en la mediación y el apaño. Son los profesionales de la mentira, íntimamente emparentados con políticos corruptos y curas descreídos.
Los capataces
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