Moral unánime

Se ha tenido siempre a sí misma toda moral por la única verdadera, la única de personas decentes, considerando a sus alternativas bien como desviaciones bien como inventos del diablo. Ahora se nos dice que cada uno ha de responsabilizarse de su propia salud, y que esto sería un auténtico imperativo moral. En un primer momento hasta nos parece bien, resulta lógico y sobre todo beneficioso. Pero luego cae uno en la cuenta de que en realidad se trata de la única moral que reina indiscutible en nuestros días, la moral del ahorro heredada de los inversores calvinistas.
Así que fumadores, bebedores, obesos en general, el caso es que no se puede negar que cuestan una pasta al erario público, a la sociedad nada menos, y es que les tendremos que acabar sufragando todos los carísimos tratamientos más que otra cosa paliativos de sus futuras enfermedades terminales.
Así que cuando consideramos que el no atracarse de torreznos y ponerse ciego de sobrasada, el abstenerse hasta el día de la muerte de toda suerte de habanos, y el huir del carajillo y el gin-tonic como de la peste, en el fondo hay que tomarlos por imperativos de índole moral, lo que estamos suscribiendo es el único imperativo moral que hoy todos entienden, «no despilfarres, por lo demás haz lo que quieras».
De templo del espíritu santo a alma de la Caixa. Pero entonces nos invade una cierta tristeza, parecida a esa de llamar al jubilado «unidad de gasto», la amargura en la que se siempre se ha desarrollado la vida del contable. El cabrón del contable.

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