Iba aquel joven bien parecido sentado en el autobús perorando sin parar de sus profundidades, con un tono de seriedad que imponía lo suyo a la bella jovencita que le escuchaba sin decir palabra, sin duda causándole a ella su arrojo emprendedor el efecto que él esperaba.
«Pues sí, lo único que le pido yo a la vida es ser rico. Más de diez mil al mes, por supuesto, mi Ferrari y mi chalet. Como lo mío es el marketing estratégico estoy pensando en empezar como hizo una amiga de la carrera, irme aunque sea a Madagascar a montar una empresa. Porque es eso, montar una empresa, y a vivir».
Un perfecto producto de nuestro tiempo, que es el de los majaderos para Aristóteles. Fabricados en serie por la necropolítica neoliberal, como decía la otra. Autolegitimados por la falacia de que gracias a ellos los madagascareños y las magadascareñas dejarán por fin de aburrirse por la playa o la sabana, pasando a las alegrías del euro diario cosiendo botas de deporte diez horas al día.