Partenón Alexanderplatz

PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS
¿Qué es lo que en realidad pretende conseguir el usurero cuando presta tanto dinero a su víctima, sabiendo como sabe perfectamente que esta jamás podrá devolverlo? (¿Qué es lo que pretende conseguir el usurero como tal usurero, ya que imagino que esa sería la esencia de la usura, prestar lo que se sabe que no te van a poder devolver). Como la teología representa el secreto de la antropología, una pista muy importante la tenemos en la religión cristiana, y en general en las religiones del Señor: ¡perdónanos nuestras deudas!; pero las deudas del pecador serían absolutamente impagables por definición, porque el pecador lo debe todo, debería nada menos que su vida con los intereses correspondientes, los del agua que bebe, del aire que respira, y entonces por supuesto que sólo la gracia salva y nunca nuestro esfuerzo por sí solo nos podrá sacar de la muerte por mucho que esté muy bien esforzarse (el triunfo de esta idea es el nacimiento mismo de la época propiamente cristiano). Porque nada es gratis, como nos aseguran los economistas neoliberales.

Pero además hay que atender al hecho de que la salvación (el perdón de la deuda impagable) solo se obtiene a cambio de una radical conversión por virtud de la cual pasamos a hacer en todo la voluntad del acreedor (al que los acreedores llaman “Dios”), y ya nunca más la nuestra personal. Es decir, la deuda se perdona con la absoluta esclavitud del deudor, su total sometimiento o sumisión. El espectáculo de la agonía por hambre del que nunca podrá acabar de pagar lo que debe satisface y reconforta máximamente a los acreedores, que además ven esa agonía como el hacerse de la justicia, como el auténtico pago. Al deudor a partir de ahora se le podrá cortar la carne cerca del corazón y chupar la sangre por la vena aorta, en las cantidades que el acreedor crea oportunas para que se cumpla la Ley. Pero todo ello, cómo no, por solidaridad, por amor, por caridad. Se trata de salvar al que se ha perdido por su mala cabeza y su corazón tan negro.

Por lo demás, el tipo de democracia que se apellida a sí misma “cristiana”, lógicamente aspiraría de paso a divinizarnos a nosotros los ciudadanos. Es decir, a que todos nos convirtamos en socios capitalistas y tarde o temprano en usureros (con ese espejismo del reparto de beneficios funciona tan estupendamente, por eso les votan). Y es que entonces se trataría en realidad del dinero de todos, o sea, del mío, y claro, es la esencia misma de la moral la que exige que “el que debe tiene que pagar”, (¡“oiga, oyes”!, remacha todo luz el baboso que registraba la propiedad e incrementa ahora la de su banda). De modo que los usureros se van a mover, con la democracia cristiana, en un paraíso de absoluta buena conciencia, en ello se dan mucha maña desde tiempo inmemorial. Ellos que, igual que su Dios, son tan buenos tan buenos que están dispuestos a salvar a los pecadores que han tenido la soberbia de desafiar a la Ley del Padre (la del dinero). O bien, visto de otro modo, ellos que ahora tendrían tanto tanto poder que pueden hasta tener esclavos nada menos que griegos, y llevarse el Partenón a la Alexanderplatz.

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