Como ahora los hay que aseveran al parecer seriamente que ser felices sería obligación de todos nosotros, y como indudablemente debe haber en el planeta varios miles de millones de personas que no lo son, o que solo a veces lo son, los que así lo dicen van a tener muchísimo trabajo si logran convencernos, porque todos iríamos a consulta para que nos enseñaran a ser felices, lo que en el fondo supongo que es su pretensión inicial (marketing puro y duro, otro invento).
Claro que si uno lo piensa bien la verdad es que no sería tan difícil saber en qué consiste ser feliz, lo verdaderamente difícil es ser feliz y no ser tonto, sobre todo tonto voluntario.
Por otra parte, lo que se atreven a pretender obligarnos a ser felices tendrían que demostrarnos antes que ellos lo son. Pero eso es imposible por razón de que ellos mismos se construyen a su medida el concepto de felicidad, es decir, construir conceptos es empresa filosófica y ellos son unos filósofos muy malos: solo llevan en la cabeza para esta tarea su subcultura, su época, su clase social y sus intereses profesionales y de grupo (a eso lo llaman «realismo»). Luego se ponen a elaborar escalas de felicidad y tetsts que les pasan a la gente con indicadores de felicidad para poder decretar quién es feliz en grado cinco o en grado ocho (a eso lo llaman «empirismo»). Algo para ponerse a reír y no parar, un delirio de omnipotencia importado de USA.
Nietzsche les hubiera fastidiado el negocio con aquello de que en realidad el ser humano no quiere ser feliz (eso solo le pasa a los ingleses).