En un pueblo español, para que a uno no le despellejen en las conversaciones de vecinos, con esa caridad cristiana tan característica del aburrimiento más profundo, lo mejor es adoptar el comportamiento grave, y con su mucho de unción, de una especie de cura sin excesivas pederastias, y sobre todo hablar como un medio tonto.
Ya se sabe, «nadie es más que nadie».
A favor del urbanita
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