SEMINARIO LECTURAS DE ZARATUSTRA
RÉPLICA A JOSÉ LUIS BUSTAMANTE (29 DE ABRIL, 18:30)
Tiempo y decadencia
Hay que decir del texto que hoy nos trae aquí que no está concluido, también en el sentido de que en él faltan cosas por pensar. Pero su tesis central está claramente enunciada y por supuesto es sumamente importante: la causa principal de la decadencia de la cultura occidental no habría sido sino el hecho de que la idea inspiradora de la misma es la del tiempo lineal, idea que José Luis Bustamante se empeña en localizarnos a la base misma de la metafísica platónica de los dos mundos (y en la aristotélica, y en la neoplatónica, y en la cristiana, y en la kantiana, y en la schopenhaueriana).
Creo entender que el argumento con el que se pretende demostrarnos esta tesis es el de que en la cúspide del mundo platónico de las ideas se hallaría el Uno, la idea del Bien, que en Plotino estaría incluso más allá del ser. De forma y manera que el tiempo terreno lo hemos pensado a partir de ahí, y en Aristóteles se hizo explícito, como medida del movimiento. Es decir, no hemos pensado el tiempo, o no hemos podido pensarlo de otra manera que insertando en él lo intemporal, el uno o la unidad de medida. La aritmética. No hay tiempo humano que no sea el tiempo numerado, el transcurso ilimitado de uno, dos, tres…Es decir, la cultura occidental, fundamentalmente metafísica, ha pensado el tiempo físico como magnitud contable. Pensar el tiempo no ha sido otra cosa que contarlo. Es decir, cortando momentos del flujo, o haciéndolos, con unidades fijas y estables, inalterables.
Con lo que tendríamos que, en esta forma de pensar el cambio, no pensamos el cambio como tal sino una sucesión de estados, sucesión que se tiene que establecer de antemano como serie numérica. Es decir, pensar el cambio supondría en realidad poder atarlo a algo que no cambia. Pensar el cambio como Sujetarlo: Algo que quedaría perfectamente claro en la metafísica aristotélica.
Pienso que esta idea supone una aportación brillante del ensayo que estamos comentando.
Pero además quedaría aquí algo muy interesante que el ensayo de José Luis Bustamante no subraya en absoluto, pero que se desprende de sus consideraciones sobre nuestra estrategia de pensar el cambio midiéndolo «según el antes y el después». Y es que pensar matemáticamente el cambio supone pensarlo como supeditado a la perfección del estado de reposo. O sea, pensarlo como partiendo del reposo y aspirando por supuesto al reposo. Ya decía el estagirita, metiéndose ahora en cuestiones éticas, que no nos esforzamos los humanos, no trabajamos ni luchamos, si no es en vista del reposo y de la quietud. El universo físico es para los griegos antiguos el mundo del cambio, un cambio continuo que se les aparece como enigmático. Y su manera de racionalizarlo, de pensarlo racionalmente, habría sido absolutamente teleológica, por lo menos en la línea dominante de la filosofía. Igual que nosotros trabajamos para poder descansar, igual que paseamos con el fin de mantenernos saludables, y en general el negocio es para el ocio, el movimiento de la physis constituye como la aspiración a un lugar natural que es un estado de realización, perfección, actualización; y es el viaje hacia la consecución de ese estado definitivo. Dios sería eso mismo, el Uno, el Bien absoluto, al que aspira todo el universo y aspira por supuesto el ser humano. Por eso las cosas se mueven, ¿por qué si no?, por eso los hombres actuamos. Porque cosas y hombres aspiramos a la perfección de un estado del que por definición ya no habría que moverse más.
Resumiendo todo esto ya al final del mundo antiguo, y con el cristianismo por las calles, Plotino hacía del tiempo la imagen móvil de la eternidad. La tensión ascensional, el eros de los seres del mundo apuntaría al ser inteligible y por encima de él al Uno eterno. Pero claro, esos seres del mundo que también somos nosotros están incorporados en vil materia, materia que en su constitutiva imperfección no les permitiría levantar el vuelo. Todo lo más dar brincos de cuando en vez, y hacerse chichones. Estos brincos y estos chichones que se hacen y nos hacemos los seres mundanos, en nuestro afán congénito de alcanzar la eternidad de los astros serían simplemente el tiempo. La concepción matemática del tiempo es a la vez una concepción moral. «Bueno» es el que ha conseguido estarse quieto, impasible.
En una concepción moral del tiempo como la del Cristianismo no se le vería sentido ninguno al cambio, como no sea el de matar el cambio en la estabilidad final definitiva. Y es que, fuera de la idea teleológica del tiempo, el cambio sería lisa y llanamente irracional. Esto es, naturalmente, un enorme antropomorfismo, como se pone bien de manifiesto en lo que he referido de Aristóteles a propósito de la acción humana.
Antes de Platón no habría, quizás con la excepción de Anaxágoras, una concepción teleológica del movimiento. Pensemos sobre todo en Heráclito, es el suyo el tiempo de los ciclos de creación y destrucción del cosmos. A Heráclito vuelve Nietzsche con su «Pensamiento» del eterno retorno de lo mismo, Pensamiento que en realidad supondría el ensayo filosófico definitivo de pensar el devenir como tal, como puro devenir. Es decir, sin tener ni principio ni fin diferentes del devenir mismo. Un devenir que no nace en momento alguno, sin punto de partida fijo, como por ejemplo el de la nada, con lo que quedaría excluida la creación ex nihilo. Un devenir, por otra parte, que no cesa jamás, lo que significa que no desagua en un ser. Con todo ello se excluye radicalmente todo pensamiento de otro mundo, toda metafísica, y nos quedaríamos definitivamente encerrados en el único mundo que hay. Pero se trata de un encierro que coincide con la libertad, porque en el cosmos del eterno retorno podemos querer hacia atrás, podemos querer lo pasado porque es también futuro.
En definitiva, pensar el devenir como puro devenir y nada más, sin principio ni fin; y considerar la ley termodinámica de la conservación de la energía, las dos cosas nos fuerzan a hacer del tiempo un tiempo circular. Con lo que la vida se resuelve en el instante porque lo convertimos en lo máximamente valioso. Varios especialistas han señalado diversos fallos de razonamiento que Nietzsche comete al manejar el argumento a favor del eterno retorno en algunos fragmentos póstumos. Pero hemos de tener en cuenta que no se trataría propiamente de una hipótesis científica que hubiese que tratar de descartar, aunque es importante darse cuenta de que en la ciencia actual no tiene por qué haber nada que con certeza excluya la posibilidad del eterno retorno nietzscheano.
Se trata de un pensamiento, es decir, de una interpretación filosófica. Y del pensamiento más potente de todos los pensamientos de Nietzsche. Es decir, aquel que sería capaz de transformar de raíz la vida de los humanos. Si el pensamiento del eterno retorno de lo mismo nos ganara, paradójicamente, nada volvería a ser igual para nosotros. La creencia en el Dios cristiano jamás estuvo demostrada (no se sabe bien qué querría decir que la existencia de Dios estuviera demostrada, en el sentido de una conjetura científica demostrada), y sin embargo ha podido transformar la vida de los hombres de la cultura que se ha venido edificando sobre ella.
Como muy bien dice José Luis Bustamante, por otra parte, no se puede pensar el Pensamiento al margen de la noción de la WzM. Para empezar, la idea del eterno retorno libera la voluntad, yo diría que hasta la diviniza o la hace omnipotente, en la medida en que el pasado puede ser querido porque no ofrece ninguna diferencia esencial con el futuro. Pero en segundo lugar, en el Pensamiento se dan la mano realidad e interpretación, facticidad y valoración. Si quisiéramos parodiar a la Metafísica diríamos que lo verdaderamente real es subjetividad valorativa. Dicho de otra manera, la fuerza consiste en la fuerza de la interpretación. El modo en que unas fuerzas se imponen a otras, o son vencidas por otras, es el de ser interpretadas como esto o como lo otro. No hay diferencia entre realidad e interpretación. Lo que yo interpreto, lo que mis fuerzas interpretan son otras fuerzas que a mí me interpretan a su vez. Las fuerzas que me constituyen ejercen el poder que ellas son interpretando a otras fuerzas que ejercen el poder que ellas son interpretando a las que a mí me constituyen.
Por eso no se puede decir que el Pensamiento del eterno retorno sea sólo «interpretación». Interpretación es, por supuesto, pero en toda interpretación son indistinguibles facticidad y valoración, necesidad y libertad. Por ejemplo, la doctrina del eterno retorno no significa sólo ni en primer lugar aceptar que el tiempo es circular y que «todas las cosas» retornan como los granos de arena de un reloj al que se le da la vuelta. Sino que significa sobre todo la aceptación del instante y la decisión de vivirlo como si se fuese a repetir eternamente. Querer algo es un querer tan real como el de la voluntad que se opone a ese mi querer. Querer algo no es un ejercicio puramente subjetivo mientras no se enfrente con un mundo real exterior que lo va a desmentir o a favorecer. Querer algo es de lo que se compone el mundo. Por tanto querer la repetición de un instante trae consigo doblar el tiempo en el sentido de la curva de la repetición. «El nudo de las causas», «así fue porque yo lo quise».
Por último, hay una idea que me gustaría solamente insinuar. Lacan insistía en el hecho innegable de que la autointerpretación de la propia biografía es un fenómeno temporal. Es decir, que de repente la fulguración de un nuevo sentido en un recuerdo emergente dotaría de un sentido nuevo a buena parte de nuestra vida pasada, porque la pasaríamos a interpretar de otra manera. Son los mismos hechos, las mismas circunstancias, son las mismas acciones. Pero de repente para mí tendrían un sentido completamente diferente del que tenían antes de la fulguración del aspecto. A esto se refería también Wittgenstein con sus investigación sobre el «ver como», inspirado sin duda por la Gestaltpsychologie: el mismo estímulo se puede ver según el momento como cosas muy diferentes. Me estoy refiriendo a que la repetición del instante, la eterna repetición de nuestras vidas, tal vez admitiría ese golpe de sentido de una interpretación diferente de lo mismo. El eterno retorno de lo mismo admitiría la libertad de interpretar lo mismo que vuelve, cada vez de diferente manera. Ahora bien ¿interpretación distinta en función de qué? Porque no podemos olvidar que no habría experiencia acumulada. Por eso es sólo una sugerencia.
En conclusión, el eterno retorno de lo mismo no es ningún desatino de una mente calenturienta, sino muy al contrario el resultado necesario de pensar radicalmente el devenir; o el concepto puro de devenir. O sea, el resultado necesario de pensar el devenir al margen de la metafísica, entendida como doctrina de los dos mundos. En este sentido, el «Pensamiento» podríamos decir que es la suma de Heráclito y la nueva Física energetista de la época de Nietzsche. Este Pensamiento, asumido por supuesto como interpretación porque todo pensamiento lo es, ofrece la posibilidad de superar el nihilismo de la cultura occidental porque eliminaría de raíz su concepción lineal del tiempo (ese que sería el tiempo del nihilismo). Y con ello ofrece la posibilidad de una superación también radical del pesimismo en la medida en que pone al alcance del hombre la creencia en una eternidad intramundana, contra la cual de momento no hay nada en la ciencia actual que se pueda oponer de un modo definitivo.
Por cierto que, como bien recordaréis, Nietzsche escribió, al menos en una ocasión, que imprimirle al devenir el carácter del ser es la máxima voluntad de poder. Bueno, pues esto es lo que representa el Pensamiento del eterno retorno de lo mismo: hacer del devenir ser, en la imagen del círculo del tiempo. Y hacer del devenir ser, eso sí, sin salirse del devenir, sin que el devenir se convierta en otra cosa diferente.