LOS HIJOS DE ZARATUSTRA (EL SALUDO)

Como Zaratustra les ha leído en su alma puede reconocer enseguida que los que quieren ser hombres superiores en realidad están desesperados, aparte de que eran todos ellos al unísono los que daban el grito de socorro. Tal vez porque no se adaptan a la vida en sociedad, pero en realidad por algo más profundo que eso que sería la raíz de su inadaptación. Justamente este es el regalo que le hacen a Zaratustra, su desesperación, pues todo el mundo se siente capaz de consolar a un desesperado, de manera que recobra su buen ánimo al hacerlo: aumenta la sensación del propio poder nuestra compasión por el atribulado. Ante la desesperación del hombre superior el corazón de Zaratustra vuelve a ser travieso, y él mismo vaticina que aquí puede estar la verdadera medicina que cure al desesperado. Zaratustra, en efecto, vuelve a reír de amor y de maldad.

Y verdaderamente, con su risa traviesa les devuelve el regalo a los hombres superiores (pero también ofreciéndoles sus dominios para la tarde y la noche, allí donde va a poder descansar sintiéndose seguros). Su portavoz, que será el rey de la derecha, se lo va a agradecer con veneración: ante una voluntad fuerte como la de Zaratustra, que es la mejor planta de la tierra, resucita el alma más sombría. Ya habrían superado con su risa traviesa la desesperación de que nació su grito de socorro. Este agradecimiento y esta veneración un poco demasiado sumisa les lleva a presentarse entonces como signo de que otros muchos hombres superiores ya estarían en camino hacia las montañas de Zaratustra, anhelando recobrar la esperanza que han perdido y que tanto necesitan. Es importante reparar en cómo describen a esos otros hombres que ya estarían en camino: «el último resto de Dios entre los hombres, es decir: todos los hombres de la gran nostalgia, de la gran náusea, del gran hastío, todos los que no quieren vivir a no ser que aprendan de nuevo a tener esperanza». En este momento el portavoz vuelve a dar indicios de la veneración que todos sienten por él, cuando intenta besarle la mano a Zaratustra. Pero este rechaza su veneración, apartándose espantado.

Zaratustra finalmente rechaza a los que meramente pretenden ser los hombres superiores, no son lo bastante fuertes y altos para él, se sostienen en piernas enfermas y delicadas. No pueden formar parte de sus guerreros, en realidad no pertenecen a su guerra porque siempre necesitarán que se les trate con indulgencia. Lo cual significa que no son los verdaderos hombres superiores a quienes Zaratustra espera. Por eso se han equivocado, como meros escalones que son para los que tienen que venir ascendiendo sobre ellos. Se han equivocado puesto que los que tienen que venir no serán, con toda seguridad, «el último resto de Dios entre los hombres», los nostálgicos, los hastiados. Y es que sin duda esos nostálgicos tienen sobre sus hombros una gran carga, están lastrados por sus recuerdos de modo que dependen de un pasado que no habrían superado. Su función, la de los presuntos hombres superiores, solo podrá ser la de peldaño, la de escalón donde los otros que vienen pisen para subir. A los que espera Zaratustra serían otros hombres diferentes, con los que no hay que ser indulgente, los únicos que le traen la gran esperanza: sus hijos, los herederos perfectos.

ZARATUSTRA AL MEDIODÍA

(Para entender este apartado sería necesario, en primer lugar, seguir la idea expuesta por Jung de que las diferentes imágenes del Zaratustra se siguen las unas a las otras guardando una estricta “lógica” interna, o sea, que nada en él es casual o aleatorio. Ahora bien, esta lógica zaratústrica es una lógica oscura, es una mística. El filósofo había señalado en uno de sus apuntes que el fin de la filosofía es la unio mystica. Con ello no pretendo en absoluto decir, en este contexto por lo menos, que la clave de toda la obra nietzscheana sea de naturaleza mística).

La imagen del mediodía continúa, entonces, a la de la sombra del apartado anterior, con lo que aquí estaría clarísima esta lógica mencionada. Porque el “gran mediodía” nietzscheano es el instante de la sombra más corta, o más precisamente, el instante de la no-sombra o de la sombra cero. Si nos referimos con ello a la transvaloración de todos los valores, que es a lo que hay que referirse aquí, en mi opinión, estamos ante la idea de la máxima reintegración del bien y del mal, que habían sido separados por la injusticia, el resentimiento y la locura. Cuando no hay sombra es cuando la destrucción y la creación coinciden exactamente. Dicho de otra manera, y en relación a la temporalidad, el mediodía simboliza la idea del instante puro o de la eternidad. En el justo momento, y solo en él, en que el sol te da con sus rayos precisamente en la coronilla, se puede apreciar, se puede «medir» algo que no se puede medir, el instante puro (pues un instante antes y un instante después del mediodía ya habría sombra, por mínima que sea). Así que la reintegración del bien y del mal, superadora de la moral, significa para la existencia humana el instante puro, siendo la misma concepción nietzscheana de la eternidad (la inmortalidad como retorno del instante).

“Al mediodía” nos hace partícipes de la absoluta felicidad de la vivencia de la verticalidad: el cielo se pone en exacta línea con el fondo de la Tierra, con lo que el centro de nuestro planeta se nos revela como de oro. Los rayos del sol desde el cielo caen perpendicularmente sobre la corteza de la Tierra y la penetran hasta su núcleo que es de oro. Justo a medio camino se halla el alma. Cuando Zaratustra se duerme, en esa situación de absoluta perpendicularidad, al lado del árbol al que se abraza una vid amorosamente, en ese mismo momento acontece la vivencia de la felicidad absoluta del alma, pues el alma se despierta o vuelve a la vida. El alma es una gota de rocío derramada sobre la superficie de la Tierra de manera tal que la traspasa y llega hasta su centro de oro. Todo el misterio del alma consiste por tanto en la alineación perpendicular de lo más alto del Cielo con lo más profundo de la Tierra, los dos puntos de oro (lo más valioso por raro). Surgida en esta trayectoria de lo perpendicular que se tiende desde el centro del sol hasta el centro de la Tierra, el alma espera sumergirse en el pozo de la eternidad viviendo el instante absoluto. Lo cual en el texto se expresa con la imagen del cielo que se bebe esa alma, como gota de rocío caída del cielo que es.

Por supuesto que todo esto que aquí hemos leído sería la manifestación simbólica, en palabras y en imágenes, de un éxtasis místico de la variedad dionisíaca. Por eso cuando Zaratustra se recupera y se levanta de su lecho en la hierba del suelo es como si saliera “de una extraña borrachera”. La prueba de esto la tenemos en que nada más levantarse y recuperarse se da cuenta de que sigue en el mediodía, sigue sin haber sombra, continúan los rayos del sol cayéndole justamente en la coronilla. Es decir, no habría pasado tiempo alguno en el sentido del tiempo lineal. Todo ha sido vivido como el instante, en el pozo de la eternidad.

LA SOMBRA DE ZARATUSTRA

La sombra de Zaratustra ya había aparecido al final de “De los grandes acontecimientos”, en la Segunda Parte. Allí se hacía referencia a El caminante y su sombra, y después Zaratustra decía lo siguiente refiriéndose a su sombra: «Pero esto es seguro: tengo que mantenerla cerca de mí, —o de lo contrario echará a perder mi reputación».

(Ahora, con la sombra en la Cuarta Parte veremos al Nietzsche precursor del Psicoanálisis: la pulsión de muerte freudiana; la “sombra” junguiana. Pero tenemos que ver este asunto, sobre todo, en relación con la Transvaloración).

La sombra corre tras Zaratustra. Pero a él parece no importarle nada su sombra, y parece que es por eso que escapa de ella. Ese sería su error inicial, que enseguida va a corregir: Zaratustra de repente se da cuenta de SU TONTERÍA. Escapar de la propia sombra, es decir, TEMERLA, sería algo completamente RIDÍCULO, sobre todo en un «viejo» sabio. Nada más darse cuenta de todo esto, Zaratustra ríe con los ojos y las entrañas. Parecía haberse olvidado de lo dicho de la sombra en la Segunda Parte: a la sombra hay que mantenerla cerca de uno a toda costa, no habría que desinteresarse de ella, enajenársela, huir de ella como si no fuera en el fondo lo mismo que tú. Porque las consecuencias serán devastadoras en caso contrario: tu sombra suelta o desatada no solo va a comprometer con toda seguridad tu reputación, sino que acabará al final contigo mismo. Por otra parte, escapar de ella es una pretensión vana. Siempre acabará volviendo de la manera más escandalosa.

La sombra de Zaratustra sería la parte puramente destructiva de Zaratustra (es “flaca, negruzca, vacía y [está] envejecida”, por eso asusta). Esa mitad que meramente destruye los valores vigentes de manera que al final no quedaría ninguna meta, y estarías perdido. El cristiano, por poner el caso contrario extremo, procura ante todo desvincularse de su sombra, deposita su mitad maldita en el diablo. Pero lo que hay que hacer no es lo que hace el cristiano sino integrarla, vinculándola con tu parte creadora.

La sombra está tan flaca sencillamente porque “todas las cosas le quitan algo y no lee dan nada”. Por supuesto que el lema de la sombra de Zaratustra, que habría corrido sobre todos los crímenes y perseguido todos los deseos prohibidos, o sea, lo que la sombra se dice a sí misma es “Nada es verdadero, todo está permitido”. Pero yendo por este camino claro está que pronto abandonó todo lo bueno y todas las mentiras de los buenos. Al hacerlo, a veces le parecía que mentía, pero solo entonces encontró la verdad, ya no era lo bastante buena como para mentir. Pero ¿cuál sería el resultado final? Que ya nada de esto le importa, que no le interesa ya este trabajo de destrucción de la moral y la cultura, porque “ya no vive nadie a quien ella ame”. Y es que no le queda a la sombra ninguna posibilidad de encontrar un hogar, cuando ahora solo desea encontrar su hogar y descansar en él con pequeños placeres. Por eso le dice Zaratustra al final que se cuide de no ser atrapado por una fe todavía más estricta y más loca que las habituales, más loca aún que las que había destruido, como una cama en la cárcel para descansar sintiéndose seguro. Por cierto que hay un momento en que Zaratustra se dirige a ella llamándole “espíritu libre y viajero”.

Creo que está claro que lo que le pasa a la sombra no es más que la consecuencia de huir de ella nosotros mismos, de nuestro no querer integrarla: y es que en caso de hacerlo así ya tendría su único hogar, el único conveniente. (Por otra parte, el peligro de caminar cargando con la propia sombra es que las cosas no se ven tan claras, que se tienen pensamientos confusos. Ventajas e inconvenientes de asumir la propia parte maldita).

LO COMÚN

«Mientras que el punto de vista del Antiguo Testamento, como el punto de vista cristiano [contrario al de los gnósticos], es desde el lado de la comunidad. Los cristianos estaban convencidos de que el creador era bueno y de que Adán y Eva eran simplemente niños traviesos que no obedecían la ley del Padre, pero los gnósticos estaban del lado de la individuación. Nietzsche, con su idea del superhombre, continuaba en esa línea que siempre está aparte de la opinión colectiva. Pues la opinión colectiva siempre ha estado y estará a favor del punto de vista de que las cosas son realmente buenas como son y de que deberíamos quedarnos con ellas y no hacer diferencias; el objetivo es mantener la uniformidad de las cosas sin separación. Los Camisas Negras en Italia significan: no hay distinción; somos partículas del rebaño, sin existencia propia, porque Dios es bueno y sabe muy bien por qué dijo que no comiéramos del árbol. Por ello, toda la gente que no pertenece a ese credo es necesariamente mala. Como ven, esos partidos políticos se limitaban a imitar lo que la Iglesia y otros cuerpos colectivos de opinión han hecho siempre» (Jung en el Seminario sobre el Zaratustra, pp. 677-678).

Pero ha resultado que Dios ha muerto, es decir, que ya no se puede creer en su existencia honradamente (entendiendo de verdad qué significa el Credo de la Iglesia, o sea, pudiendo distinguir entre creer y meramente creer que se cree). Y por lo tanto tampoco se puede creer ya, realmente, honradamente, en ninguna de las sombras de Dios, que por ello están destinadas a desvanecerse tarde o temprano: la Nación, el Pueblo, o lo que quiera que sea. Sin duda para bien de todos nosotros: hasta este momento, la individuación había sido siempre el pecado.

LA MADRE DE JUNG Y EL TELÉFONO

«Siempre he pensado que la reacción de mi madre ante el teléfono era totalmente correcta. Nació en un tiempo en que no había teléfonos y yo ya era un joven estudiante cuando me familiaricé con ellos. Nunca acudió a la caja del hechicero, como ella lo llamaba, pero una vez la persuadimos de que se acercara cuando su prima estaba telefoneando y puso su oreja en el auricular, mirando severamente ese agujero, y dijo: ‘Sí, sí, te oigo, ¡pero no puedo verte!’. Su prima quería decirle algo, pero mi madre no escuchaba y al final estampó el auricular en la caja y dijo que nunca volvería a llamar por teléfono de nuevo. He aquí una reacción sana y natural. No está bien que tengamos que escuchar a alguien hablando y no verle: es la locura organizada. Llamamos locos a quienes sugieren que oyen voces provenientes de los objetos, pero es lo que hacemos. Es antinatural. El hombre no está capacitado para ello y de ese modo se pierde a sí mismo, como era de esperar.

Zaratustra prosigue: «

(El Zaratustra de Nietzsche. Notas del Seminario de 1934-1919 impartido por C.G. Jung, p. 604)

EROS PEDAGÓGICO

El de profesor sería un trabajo como otro cualquiera, en principio, pero para el que sin duda se requiere fuerte vocación. No podemos confundir, al profesor o a la profesora, con un misionero. Cuando la vocación profesoral llega a exacerbarse hasta el frenesí pedagógico, del tipo Sócrates, del tipo cura, entonces no es raro ir a parar al paternalismo, la pederastia o el acoso baboso. ¡Imperdonable confusión en lo que a las variedades de lo erótico respecta!

FORTUNATA Y JACINTA

Guillermina Pacheco, la rata eclesiástica, es capaz de suscitar con su grandeza de alma la admiración y el respeto del lector más anticatólico, llevándole incluso a este a la proeza antes imposible para él de comprender a los católicos, ¡pudiera ser también al colmo de comprender a los católicos españoles! El único problema es que el de la rata eclesiástica es un personaje más bien inverosímil. Y además su heroica lucha tan admirable a lo que aspira es, cómo no, a esa potente anestesia católica de siempre que nos trae la paz pero también la mediocridad y el letargo.

Maximiliano Rubín es todo un enigma filosófico. A este ¿loco de atar? le denomina Galdós, simplemente, «el filósofo», con lo cual estaría casi todo dicho. Con sus delirios místicos la locura se hace indiscutible, contundente, ofensiva, uno no sabe si compadecerse o burlarse de él. Y por otra parte, con su delirio racionalista posterior, averigua y demuestra verdades constantemente sin tener que preguntar a nadie. Una primera hipótesis es que con esta exclusión social de su pensamiento calculador se acompañaría a fin de cuentas lo demencial del hiperracionalismo con el que pretende demostrarse a sí mismo que su cabeza está en orden y funciona como un reloj suizo, no como la de los demás.

Pero el caso es que, en Maxi, delirio místico y delirio racionalista acaban por llegar, por diferentes vías, a la misma verdad incontestable, para él fundamental: que su mujer está encinta del despreciable Juanito Santa Cruz. La enseñanza galdosiana del caso, a mi parecer, es que lo que llamamos locura afectaría tanto al entusiasmado por sus visiones privadas, carentes de lógica conceptual, como al que es consumado maestro en una lógica absoluta de la que están ausentes esas visiones. El pensamiento sensato lo hacen la mezcla de las dos, lógica y arrebato.

JUNG SOBRE EL PÁLIDO CRIMINAL

«No ayuda decir que algo es bueno o malo. Decir que es malo ayudaría menos que nada para lo más importante, a saber: que podemos aceptar lo malo. Como ven, cuando lo aceptamos, hay una oportunidad de que algo pueda cambiar, pero nunca lo aceptamos. Podemos mejorar solo cuando aceptamos lo que es parte de nosotros. Entonces podemos cambiar, no antes»

(El Zaratustra de Nietzsche, p. 487)

JUNG: TERGIVERSAR LA PULSIÓN

«Aquí Nietzsche o Zaratustra preparan nuestras mentes para una importante intuición, a saber: no es ‘yo’ lo que es inteligente. Cuando decimos ‘yo’, queremos decir nuestras mentes y pensamos que todo lo que conocemos de nosotros mismos es conocido. Es un prejuicio muy curioso. Por ejemplo, justo ayer una señora relativamente inteligente estaba en mi consulta–aparentemente ha leído muchos libros–y me hablaba de su extraña neurosis. Dijo: «Y lo más interesante es que mi neurosis no tiene ninguna causa, absolutamente ninguna; no tiene sentido ni razón». Respondí: «Entonces es un regalo del cielo, pues nunca he escuchado hablar de una neurosis sin causa». «Sí», replicó, «debe ser algo así porque en realidad no hay ninguna causa para ella, lo sé todo sobre mí misma» ¡Qué inocua e inocente! ¡Es absolutamente consciente de su psicología! Hay una montaña, pero no la ha visto. Al final de la sesión sabía que algo se había producido en ella que ella no había producido. La ha producido a ella; ha vivido algo que no entendía, que no conocía, y eso la vivió a ella.

Resulta un gran descubrimiento que debajo, o aparte de nuestra psique o nuestra conciencia o nuestra mente, hay otra inteligencia de la que no somos los hacedores y de la que dependemos. Como pueden comprobar, el gran temor de Freud sería que puede haber algo afuera que no es ‘yo’. Afirmar que hay una inteligencia mayor fuera de nuestra mente implica que debemos estar locos. Como Nietzsche. Desgraciadamente para Freud, Nietzsche no era el único que tenía esos pensamientos; era la convicción de miles de años anteriores a Nietzsche que la inteligencia humana no era la última palabra, que incluso su mente era el resultado de algo detrás de la pantalla, que no somos los hacedores, sino que hemos sido hechos. Nuestra mente no es el dios creativo que trae a la existencia un mundo de la nada. Hay una preparación. Hay, antes que la conciencia, un inconsciente del que la conciencia surgió una vez, y que es una inteligencia que seguramente supera nuestra inteligencia de un modo indefinido» (El Zaratustra de Nietzsche, pp. 389-390)

Pero lo que nos hace sería el animal radical, por supuesto que pasado por la sociedad: por el lenguaje y la cultura. Lo que Nietzsche llamaba «una inteligencia más amplia», más inteligente que la nuestra consciente-linguística, no es ningún espíritu brahmánico objetivo ni nada por el estilo. Sino la pulsión funcionando al modo darwiniano. Es ya una costumbre saquear a Nietzsche para utilizarlo en pensamientos completamente ajenos a él, ¿quién no lo ha hecho?

JUNG

«Naturalmente, ninguno insistiría en la fe si estuvieran seguros de su fe»