(Para entender este apartado sería necesario, en primer lugar, seguir la idea expuesta por Jung de que las diferentes imágenes del Zaratustra se siguen las unas a las otras guardando una estricta “lógica” interna, o sea, que nada en él es casual o aleatorio. Ahora bien, esta lógica zaratústrica es una lógica oscura, es una mística. El filósofo había señalado en uno de sus apuntes que el fin de la filosofía es la unio mystica. Con ello no pretendo en absoluto decir, en este contexto por lo menos, que la clave de toda la obra nietzscheana sea de naturaleza mística).
La imagen del mediodía continúa, entonces, a la de la sombra del apartado anterior, con lo que aquí estaría clarísima esta lógica mencionada. Porque el “gran mediodía” nietzscheano es el instante de la sombra más corta, o más precisamente, el instante de la no-sombra o de la sombra cero. Si nos referimos con ello a la transvaloración de todos los valores, que es a lo que hay que referirse aquí, en mi opinión, estamos ante la idea de la máxima reintegración del bien y del mal, que habían sido separados por la injusticia, el resentimiento y la locura. Cuando no hay sombra es cuando la destrucción y la creación coinciden exactamente. Dicho de otra manera, y en relación a la temporalidad, el mediodía simboliza la idea del instante puro o de la eternidad. En el justo momento, y solo en él, en que el sol te da con sus rayos precisamente en la coronilla, se puede apreciar, se puede «medir» algo que no se puede medir, el instante puro (pues un instante antes y un instante después del mediodía ya habría sombra, por mínima que sea). Así que la reintegración del bien y del mal, superadora de la moral, significa para la existencia humana el instante puro, siendo la misma concepción nietzscheana de la eternidad (la inmortalidad como retorno del instante).
“Al mediodía” nos hace partícipes de la absoluta felicidad de la vivencia de la verticalidad: el cielo se pone en exacta línea con el fondo de la Tierra, con lo que el centro de nuestro planeta se nos revela como de oro. Los rayos del sol desde el cielo caen perpendicularmente sobre la corteza de la Tierra y la penetran hasta su núcleo que es de oro. Justo a medio camino se halla el alma. Cuando Zaratustra se duerme, en esa situación de absoluta perpendicularidad, al lado del árbol al que se abraza una vid amorosamente, en ese mismo momento acontece la vivencia de la felicidad absoluta del alma, pues el alma se despierta o vuelve a la vida. El alma es una gota de rocío derramada sobre la superficie de la Tierra de manera tal que la traspasa y llega hasta su centro de oro. Todo el misterio del alma consiste por tanto en la alineación perpendicular de lo más alto del Cielo con lo más profundo de la Tierra, los dos puntos de oro (lo más valioso por raro). Surgida en esta trayectoria de lo perpendicular que se tiende desde el centro del sol hasta el centro de la Tierra, el alma espera sumergirse en el pozo de la eternidad viviendo el instante absoluto. Lo cual en el texto se expresa con la imagen del cielo que se bebe esa alma, como gota de rocío caída del cielo que es.
Por supuesto que todo esto que aquí hemos leído sería la manifestación simbólica, en palabras y en imágenes, de un éxtasis místico de la variedad dionisíaca. Por eso cuando Zaratustra se recupera y se levanta de su lecho en la hierba del suelo es como si saliera “de una extraña borrachera”. La prueba de esto la tenemos en que nada más levantarse y recuperarse se da cuenta de que sigue en el mediodía, sigue sin haber sombra, continúan los rayos del sol cayéndole justamente en la coronilla. Es decir, no habría pasado tiempo alguno en el sentido del tiempo lineal. Todo ha sido vivido como el instante, en el pozo de la eternidad.