«No podríais imaginar –le decía [Napoleón] a milord Ebrington– lo que yo ganaba en Egipto aparentando que adoptaba su culto». Los ingleses, siempre dominados por sus prejuicios puritanos, que, por lo demás, se compaginan muy bien con las crueldades más indignantes, consideraron despreciable este artificio. La historia hará notar que, en los tiempos del nacimiento de Napoleón, las ideas católicas resultaban ya ridículas.
Stendhal: Vida de Napoleón.