Hace unos días, un viejo amigo de juventud, respetado profesor universitario, y brillante escritor, me contó que hacía seis años que había decidido no leer ningún periódico, ni ver informativos en televisión ni radio, ni por supuesto tener nada que ver con las redes sociales. Y que había dado instrucciones a su compañera de que le dosificara la información si llegaba a la conclusión de que había ocurrido algo necesario de conocer. Si al principio pensé que se trataba de una más de sus graciosas excentricidades, luego recordé lo que le había oído decir a aquella psiquiatra experta en Lacan: la mayoría de los pacientes llegan hoy a la consulta verdaderamente traumatizados por las noticias. Ya el mismo Jung nos había advertido, en uno de sus seminarios sobre el Zaratustra de Nietzsche, que el ser humano se halla psicológicamente capacitado para enterarse de lo que ocurre, como mucho, a setenta kilómetros a la redonda de donde reside. Más allá de ese radio se acabará volviendo loco, con seguridad, si se empecina en conocer lo que les ocurre a las gentes en lo tocante a desgracias naturales y matanzas. A mí, por ejemplo, me han seguido amargando, haciendo polvo, las últimas memeces de Ayuso y la renovada impunidad de Aguirre y su banda, para no decir nada, claro, de las difícilmente conmensurables atrocidades putinescas, o de los crímenes de la Iglesia Católica con los niños y las niñas canadienses (y esa grotesca «petición de perdón» del Papa bueno: ¿cómo se puede «pedir perdón» por violar y asesinar a cientos, a miles de niños?). Pero si eso se ha sumado a la desesperación ya producida en mí por algunas de las noticias anteriores, desde hace años y años, es por la sencilla razón de que sé perfectamente que yo no puedo hacer NADA para cambiar toda esta porquería, que no podemos hacer NADA para arreglar esta situación. A los niños y las niñas torturados en Canadá no les va a ayudar nuestra indignación ni nuestra compasión, como tampoco les ayudará a las víctimas ciertas del futuro. Ni tampoco evitaremos la impunidad de la madrina en cuestión, ni nos libraremos de las tonterías que ganan votos, yendo a votar nosotros cada cuatro años. Así que, ¿para qué seguir las noticias? ¿No es de tontos? ¿No es de cobardes? ¿De cobardes que no se atreven a plantarle cara a la realidad? La realidad de nuestra impotencia.
NUESTRA IMPOTENCIA
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