LOS MUY PERVERSOS

Los Padres de la Iglesia fueron a colegir, con el sudor de su mucho pensar, que la causa de «la caída» por supuesto que no fue otra que esa atracción que es propia del placer, y que resulta frecuente en el comercio sensorial y sensual del alma con el cuerpo y con el mundo. Apartándose de ese placer diabólico, ellos soltaban hacia lo alto su imaginación en dirección a los placeres celestiales. Los cuales, en la opinión bien informada de un Papa contemporáneo, «los hombres ni siquiera se figuran». La clave está en que los placeres sensuales van siempre con la compañía de la muerte o del pecado. Su prototipo, el sexual, nos mete en el ciclo de la generación, que es decir lo mismo. Por contra, los indecibles (y tanto!) arrobos celestiales se despliegan en la eternidad del mundo verdadero. Como un orgasmo que nunca decae y por tanto nunca comienza. Y sin embargo es, es de verdad, por siempre.

«Un epicureísmo tardío crecido sobre suelo mórbido», comentó Nietzsche con tino.

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