Para ser filósofo, si hacemos caso a Unamuno, solo haría falta ser sincero, porque para ser profundo nada más que hace falta ser sincero, por encima de todo con uno mismo, cosa dificilísima. Y es que esta honradez filosófica con uno mismo solo se obtendría radicalmente poniéndose en cuestión por completo cada dos o tres semanas, con lo que las piernas te tiemblan, entras en pánico y hasta puedes llegar a añorar el útero materno tan seguro como la muerte. La frivolidad viene bien para los medios y las tertulias y para hacer una buena digestión, para pasarlo bien. O para vender botones de nácar y géneros de punto en una mercería. Pero la Filosofía es algo diferente, peligrosa y muy comprometida, contando con que ser filósofo no es desde luego lo mismo que ser profesor de Filosofía.
Para ser filósofo solo haría falta extremar las recomendaciones que daba Savater para vivir éticamente la vida humana, eran tres pero olvidé la segunda, lo que puede indicar que a mí esa no me importa. La primera y más importante, tener coraje para vivirla, o sea, para lo que aquí se trata, tener el coraje de la verdad. Porque una verdad inofensiva no es en absoluto una verdad filosófica. Y el coraje de la verdad exige la ardua tarea previa del estudio, de la asimilación y la investigación de las verdades que han sido y de las que ahora son, y sobre todo de la tuya, lo más duro, aunque ayude el Psicoanálisis. La tercera, tener prudencia porque es necesaria para sobrevivir. Pero Savater no cae en la cuenta, sabrá él por qué, de que el coraje de la verdad va muchas veces en contra de la prudencia, porque el servicio de la verdad, que es «el más duro de todos los servicios», con frecuencia exige olvidar y pasar por encima de tus propios intereses y de tu propia preservación (primum vivere es nada más que una coartada del cobarde). De manera que el poder y el dinero no se compaginan para nada con el coraje de la verdad puesto que te encarrilan inevitablemente por la senda de la impostura y el autoengaño. Quien alberga en su pecho el furor philosophicus no tiene en el pecho espacio para el furor politicus, afirmó Nietzsche.