El creyente, religioso o político, es a menudo creyente por partida doble, es decir, se halla además convencido de que tendría derecho a mentir, por el bien de su causa, que para él sin duda es el bien de la Humanidad en su conjunto: la mentira piadosa en relación con el otro.
El tema fundamental del pensamiento de María Zambrano, bellísimamente desplegado en todas sus obras, es el tema del amor: ahí estaría el nudo, nos dice, de la vida humana en sus diferentes facetas. Pero hay que recordar lo que escribió Nietzsche sobre el Cristianismo, porque puede resultar interesante aquí: hacía falta una religión del amor porque es el amor ese estado en que se soporta casi todo, ese estado en que se ven las cosas justo como no son. La mentira piadosa en relación con uno mismo.
Este segundo caso está contenido por lo común en el primero, y en ambos casi siempre la mendacidad nuclear es un proceso inconsciente que funciona «instintivamente» casi como condición de posibilidad de la misma existencia del sujeto. El problema es que Nietzsche nos pone ante el sentirse con derecho a mentir, a otros o a uno mismo. Y nos cuesta entender que trabaje aquí una astucia del instinto al nivel inconsciente porque el tener derecho a mentir, como creencia, como sentimiento que es, parece ser algo que tendríamos que tener delante del ojo de la mente consciente, por así decir.