
En esta calle de la Baixa lisboeta vivía en un cuarto piso el heterónimo de Pessoa Bernardo Soares, y en ella también trabajaba, en un segundo piso, como ayudante de escribiente. De la Rua dos Douradores pudo trazar un completo microcosmos de la condición humana en su más sangrante historicidad (sus compañeros de trabajo y su jefe, la empleada de la mercería de la esquina con quien todos los días se cruzaba pero a la que jamás se atrevió a decir palabra por mucho que deseara intimar con ella, el hortera inevitable, el peluquero que le contaba anécdotas, la casa de comidas del primer piso cuyos camareros emigrados de Galiza habían llegado a ser verdaderos maestros en el arte de la mediocridad como vía garantizada para ser feliz, los dos preocupados por su salud cuando veían que no se había bebido completa la botella de vino acostumbrada, el chico de los recados, el viejo de todos los días bajando la cuesta…). En el mundo circunscrito por esta calle y las dos perpendiculares que son la Rua Vitoria y la Rua Assunçao, apenas unos metros más allá, abajo y arriba, Soares iba a proyectar las más profundas reflexiones filosóficas y las más sensibles recreaciones poéticas que nunca se puedan leer en escritor alguno. El Pessoa real, en cambio, acostumbraba a oxigenarse de vez en cuando, tomando el aire que venía del Tejo, yéndose a pasear por el Terreiro do Paço, un poco más abajo en línea recta.