Personalmente, nunca he conocido más forma de sobrevivir a la realidad, aparte, claro está, de cerrar los ojos ante ella, o evadirnos a alguna mentecata ilusión de las miles que hay y surgen a diario, y así de enajenarnos, que el humorismo.
Hablaba un Nietzsche muy joven de la capacidad de transformar, por el arte, lo terrible en ridículo. Es en efecto esa «ganancia de placer» que conlleva toda broma, como pensaba Freud del más elevado mecanismo de defensa no patológico que es el humor, lo único que, definitivamente, me ha hecho soportar los disgustos y sobreponerme a ellos, por profundos que fuesen. Hasta ahora, claro, porque nuestro grado de vejez sin duda se debe medir por hasta qué punto cada vez más cosas no te hacen ya maldita la gracia.