La educación cristiana, en una época de la vida en la que la gente es escasamente crítica, le formaría a uno en el supuesto amor universal, sobre todo amor a tus enemigos. De modo que le convierte en un «pato sentado» completamente indefenso ante el ataque de cualquier depredador, también porque ese amor le hace ser sincero y transparente con todos los que le rodean, asesinos de almas incluidos.
Así que, si uno no consigue quitarse de su cuerpo, llegada la razón a su madurez, ese género de educación que ha asimilado en carne y sangre y le habría constituido, y sin embargo quisiera seguir vivo y más o menos cuerdo en la edad adulta, entonces habrá de convertirse necesariamente en un hipócrita de tomo y lomo, abrazando la santurronería.