«Andrés Hurtado trataba a pocas mujeres; si hubiese conocido más y podido comparar, hubiera llegado a sentir admiración por Lulú. En el fondo de su falta de ilusión y de moral, al menos de moral corriente, tenía esa muchacha una idea muy humana y muy noble de las cosas. A ella no le parecía mal el adulterio, ni los vicios, ni las mayores enormidades; lo que le molestaba era la doblez, la hipocresía, la mala fe. Sentía un gran deseo de lealtad. Decía que si un hombre la pretendía, y ella viera que la quería de verdad, se iría con él, fuera rico o pobre, soltero o casado. Tal afirmación parecía una monstruosidad, una indecencia a Niní y a doña Leonarda. Lulú no aceptaba derechos ni prácticas sociales. –Cada cual debe hacer lo que quiera— decía. El desenfado inicial de su vida le daba un valor para opinar muy grande”
(Pío Baroja, El árbol de la ciencia, 1911)