«Un día que hacía yo una crítica de la política española entre mis amigos, el padre de un chico, ex alcalde de Gijón, me dijo que allí no se aceptaba gente indiferente en política y que iban a traer a la Casa de España unos cuantos milicianos amigos suyos, que me tirarían por la ventana.
Yo les mandé a paseo y les dije que en París, a los milicianos, les llevarían a la comisaría y que tal vez después les dieran unos cuantos puntapiés en salva sea la parte» (p. 42)