Ayer lo contó la locutora de la CNN, la línea 1 del Metro de Santiago de Chile llevaba una hora cortada entre La Moneda y Universidad Católica, o entre ésta y Salvador, no lo recuerdo bien, porque un señor de sesenta años se había tirado al paso del tren. Venciendo el escrúpulo de penetrar con la fantasía en el alma de un individuo, no digamos en la de un suicida, recinto más que sagrado, me atrevo a apostar a que fue un caso de intolerancia a la insignificancia.
Aquí en Santiago, a casi todas las horas del día, te barren literalmente de la calzada cientos y miles de personas de toda condición, la mayoría juveniles y enérgicas, peatones y ciclistas. Son multitudes que se apresuran en todas las direcciones y que te hacen sentir la absoluta indistinción en que todos vivimos, te hacen notar que no eres nadie, que nadie es nadie.
Un suicidio por afán de distinción, tal es mi conjetura, porque si no el hombre se habría tirado al Mapocho. Y no se tiró al Mapocho sino a la vía del Metro de la línea 1.
Lo que no sabía el reciente sexagenario, ingresado en la edad en que la insignificancia se agrava porque se empieza a estar de más, sobre todo en Santiago, lo que el sesentón ignoraba es que la locutora de la CNN, tras participarnos el incidente por la única razón del trastorno colectivo que causó, pasó como si tal cosa a comentar las cosas de la actualidad futbolística santiaguina.
Afán de distinción
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