Me llegan el mismo día dos documentos sobre la enfermedad de Nietzsche. Los dos ofrecen pruebas para descartar el tradicional diagnóstico de sífilis, en el sentido de que hay demasiadas cosas que no cuadran. El uno, sobre la base de observaciones practicadas en la clínica de Jena, la atribuye entonces a un pretendido síndrome de amargura (embitterment) y resentimiento (como un hipotético trastorno límite de mala leche), que por supuesto simplemente no existe pero que con todo y con eso estaría relacionado con trastornos del ánimo como del tipo bipolar, concluyendo así que la enfermedad de Nietzsche habría sido puramente mental o psicológica. El otro, mucho más documentado, sin duda científico en el mejor sentido, de unos médicos de un Departamento de Neurología de una Universidad belga, encuentra en cambio que todos los síntomas de Nietzsche encajarían perfectamente con el hoy llamado CADASIL, siglas en inglés de una enfermedad neurológica hereditaria que probablemente ya habría sufrido el padre del filósofo, igual que él lleno de síntomas y de muerte prematura.
Lo cual me lleva a pensar otra vez lo que siempre había pensado siguiendo a no pocos pensadores, que el concepto mismo de enfermedad meramente psicológica o mental es un completo absurdo, de todo punto ininteligible. Sin duda como ocurrir ocurre de todo, por ejemplo que cada uno de nosotros es como es, o como lo ha hecho una educación que en muchos casos no tiene nada que ver con la realidad del mundo, y que el mundo es como es, o sea, muchas veces insoportable, y entonces acaba contigo sobre todo si has recibido una educación de ese tipo. O que uno es demasiado tonto o demasiado listo y se mete en líos infernales sin saber o poder luego salir de ellos. Las inexistentes enfermedades «puramente» mentales habría que tratarlas por lo tanto como lo que son, problemas existenciales o sociales, o sea, habría que tratarlas cambiando el medio o cambiando la forma de vida, o sea, política o filosóficamente. Como por lo demás se ha hecho durante milenios, antes de que llegaran los que quieren ser médicos sin estudiar medicina.
«Lo que uno descubre como ‘psicología’ de la locura no es más que el resultado de las operaciones con que se la ha tratado. Toda esa psicología no existiría sin el sadismo moralizador en que la encerró la ‘filantropía’ del siglo XIX con las apariencias de ‘una liberación’»
(Maladie mentale et psychologie, 1954)