Darse perfecta cuenta de que todos tienen razón, absolutamente todos sin excepción (¿también los del Opus?), de que a fin de cuentas no hay ningún mortal que si hace falta no sea capaz de dar cuenta de lo que piensa y dice y hace (por supuesto según grados en la escala de la destreza raciocinante), eso es lo que a uno le llevaría a volverse majara perdido si no tuviera en él algo de lo que Nietzsche llamó «gran salud», la salud necesaria para «vivirse en otras almas pero siempre desde la experiencia más propia». Viajarse por las conflictivas mentalidades diferentes; hasta imitarlas, parodiarlas, escarnecerlas, ejerciendo de cínico, «el cinismo, lo más alto sobre la Tierra».
Porque el único problema humano real, y la madre de todas las guerras, en suma, es el autoengaño, la íntima falsedad que todo lo enturbia.
Sindiós
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