Más que rabino debía ser santo aquel muy venerable anciano de barba blanca hasta el pecho. Introducía al judaísmo en el programa multicultural de las religiones del mundo (monoteísta) del que presume la televisión pública española.
Pero el santo la tomó de repente contra la filosofía: la filosofía es manifestación de la soberbia humana porque surgiría solamente de la mente (humana), mientras que lo nuestro, lo suyo, era la Biblia, que viene «de fuera», y por eso educa en la humildad. Uno pensaba entonces en lo de que no somos nadie.
Buena lección aquella de humildad, la del representante del único pueblo elegido por Dios, ahí es nada.
«No conocerás»: el resto se sigue de ahí.
(La inquina contra la filosofía mostrada en su raíz religiosa, secularizada como hostilidad política al pensamiento crítico)