Una conclusión incuestionable de cualquier vida humana, volcada en imperativo, sin duda sigue siendo la de siempre: «Al Corazón del Amigo, ¡Abre la Muralla!/ Al Veneno y al Puñal, ¡Cierra la Muralla!» (tal vez con ganas de tirar abajo en este caso aceite hirviendo desde las almenas).
El problema es que «el diente de la serpiente» se engalana invariablemente con el corazón del amigo, y por eso la vida seguirá siendo peligrosa hasta el final. Peligrosa pero también más interesante porque no te deja dormir más de lo estrictamente imprescindible.
Y las serpientes se arrastran por todos lados, la derecha y la izquierda, el norte y el sur, sin distinción de géneros ni de razas ni por supuesto de clases sociales. Eso sí, son estas serpientes bastante más necias que los amigos de corazón, y por eso las podemos intuir ya desde un comienzo (por eso siempre intentan hacerse las listas, naturalmente, y aquí te pueden también engañar). Como recientemente dijo José Sacristán que dijo Camus, «la necedad es homicida»: ¡viva el intelectualismo ético!.
Lo catastrófico es cuando los necios tienen el poder: ¿quién vota a los necios? ¿quién se deja engañar por un necio si no es otro necio?
La Muralla
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